Nada, que se hernia uno el domingo escribiendo para que la gente tenga algo que leer (no necesariamente interesante) durante la semana y así se le recompensa, sin comentario alguno. Lo de herniarse es un decir, claro. Y lo de gente, también, pues dudo que uno o dos lectores extraviados puedan considerarse pluralidad de personas. Pero bueno, nadie dijo que la fama fuera fácil.
Ni el recurrir al pervertido de la Renfe de Valencia os inspira nada. Me obligaréis a rebajarme en un todo por la audiencia y describir al pervertido que teclea estas letras. Otro día. Ahora, antes de introducir un tema de verdad, una pausa.
Estoy hasta los huevos. Cómo habrá que decirlo. Qué tendrá que pasar. Lo que estamos teniendo en la Safor desde el martes, este calor infernal, NO ES BUEN TIEMPO. A no ser, claro, que en el futuro nos guste vivir en un desierto. Que haga tanto Sol no es bueno. Tomar el Sol es peligroso. El calor puede provocar la muerte. Buen tiempo, agradable y saludable, es que esté nublado y lloviznee un poco, incluso que truene y diluvie. Por eso, desde aquí, propongo la aniquilación del Sol sin cuartel, y declaro la guerra a la alegría y los buenos sentimientos que este "buen tiempo" induce en los mortales al derretirles los sesos. También solicito una mutación del lenguaje que modela la realidad.
Tras la pausa, y como prueba de que la bondad no me ha abandonado aún del todo, recuperaré de mi memoria un recuerdo agradable como parte de la terapia que sigo, consistente en extirpar, extraer, exorcizar, esa clase de remembranzas, para aprender a reconocerlas y que no me invadan nunca más.
Ocurrió en 1992. Antes de las Olimpiadas. Servidor se hallaba en casa en cama víctima de algún tipo de grave enfermedad. No sería nada, pero no recuerdo haber guardado cama tanto tiempo después de aquello (¿sería entonces cuando morí y mis pensamientos fueron introducidos en el cuerpo de un miembro de la Iniciativa Dharma?). Había pasado por quirófano unos años antes, y por ello había recibido unos álbumes de Tintín que todavía están fechados como "16·3·88 Operación Jordi". Sí, me pasé las fallas en el hospital. ¡Dios mío! Acabo de caer. ¿Sería entonces cuando me sometieron a la extirpación de las glándulas falleras y me transformaron en un valencianito defectuoso? Bueno, el caso es que en el momento de los hechos contaba con antecedentes. En la primavera del 92 volvió a ocurrir: mi padre trajo un tebeo a su hijo enfermo. En esta ocasión fue, creo, el número 100 de Súper Mortadelo, que incluía un póster de regalo para celebrar la efemérides. Ya aquel día, en la cama, pensé que se trataba de un acontecimiento de dadivosidad excepcional, y me alegró más incluso que los tintines. Si me sorprendió el presente de mi padre, pasmado me dejó el hecho de que todavía hubiera sido capaz de localizar en los quioscos, adquirir y traer a casa algunos de los números anteriores al #100. Creo recordar que, ya sano, yo mismo encontré alguno en algún expositor, hasta el punto de juntar todos los ejemplares desde el número 86 (con excepción del #98 y #99). Aquello me introdujo en los senderos inescrutables, procelosos e impredecibles de la distribución. ¿De qué forma habían sobrevivido hasta seis meses esos números de Súper Mortadelo, yaciendo sin amo entre revistas no relacionadas, acosados diariamente por las devoluciones? Sin duda lo mágico, lo maravilloso, tiene mucho que ver en ello.
Por supuesto, había leído (y releído y releído) y guardado ya algunos tebeos antes de 1992. Pero fue aquel hecho el que me introdujo en la compra personal de tebeos en quiosco, que se vio reafirmada con la salida de Dragon Ball ese mismo año. Con Dragon Ball Planeta consiguió, no sé cómo, la distribución semanal. Durante 153 semanas. Tres años. ¡Y qué tres años! No recuerdo graves demoras, o no fui consciente de ellas. Dentro de muy poco lo volverá a intentar con 52, la serie semanal de DC que sucede entre Crisis Infinita y Un año después. Expectantes nos tiene sobre si será capaz de repetir la empresa.
Ni el recurrir al pervertido de la Renfe de Valencia os inspira nada. Me obligaréis a rebajarme en un todo por la audiencia y describir al pervertido que teclea estas letras. Otro día. Ahora, antes de introducir un tema de verdad, una pausa.
Estoy hasta los huevos. Cómo habrá que decirlo. Qué tendrá que pasar. Lo que estamos teniendo en la Safor desde el martes, este calor infernal, NO ES BUEN TIEMPO. A no ser, claro, que en el futuro nos guste vivir en un desierto. Que haga tanto Sol no es bueno. Tomar el Sol es peligroso. El calor puede provocar la muerte. Buen tiempo, agradable y saludable, es que esté nublado y lloviznee un poco, incluso que truene y diluvie. Por eso, desde aquí, propongo la aniquilación del Sol sin cuartel, y declaro la guerra a la alegría y los buenos sentimientos que este "buen tiempo" induce en los mortales al derretirles los sesos. También solicito una mutación del lenguaje que modela la realidad.
Tras la pausa, y como prueba de que la bondad no me ha abandonado aún del todo, recuperaré de mi memoria un recuerdo agradable como parte de la terapia que sigo, consistente en extirpar, extraer, exorcizar, esa clase de remembranzas, para aprender a reconocerlas y que no me invadan nunca más.
Ocurrió en 1992. Antes de las Olimpiadas. Servidor se hallaba en casa en cama víctima de algún tipo de grave enfermedad. No sería nada, pero no recuerdo haber guardado cama tanto tiempo después de aquello (¿sería entonces cuando morí y mis pensamientos fueron introducidos en el cuerpo de un miembro de la Iniciativa Dharma?). Había pasado por quirófano unos años antes, y por ello había recibido unos álbumes de Tintín que todavía están fechados como "16·3·88 Operación Jordi". Sí, me pasé las fallas en el hospital. ¡Dios mío! Acabo de caer. ¿Sería entonces cuando me sometieron a la extirpación de las glándulas falleras y me transformaron en un valencianito defectuoso? Bueno, el caso es que en el momento de los hechos contaba con antecedentes. En la primavera del 92 volvió a ocurrir: mi padre trajo un tebeo a su hijo enfermo. En esta ocasión fue, creo, el número 100 de Súper Mortadelo, que incluía un póster de regalo para celebrar la efemérides. Ya aquel día, en la cama, pensé que se trataba de un acontecimiento de dadivosidad excepcional, y me alegró más incluso que los tintines. Si me sorprendió el presente de mi padre, pasmado me dejó el hecho de que todavía hubiera sido capaz de localizar en los quioscos, adquirir y traer a casa algunos de los números anteriores al #100. Creo recordar que, ya sano, yo mismo encontré alguno en algún expositor, hasta el punto de juntar todos los ejemplares desde el número 86 (con excepción del #98 y #99). Aquello me introdujo en los senderos inescrutables, procelosos e impredecibles de la distribución. ¿De qué forma habían sobrevivido hasta seis meses esos números de Súper Mortadelo, yaciendo sin amo entre revistas no relacionadas, acosados diariamente por las devoluciones? Sin duda lo mágico, lo maravilloso, tiene mucho que ver en ello.
Por supuesto, había leído (y releído y releído) y guardado ya algunos tebeos antes de 1992. Pero fue aquel hecho el que me introdujo en la compra personal de tebeos en quiosco, que se vio reafirmada con la salida de Dragon Ball ese mismo año. Con Dragon Ball Planeta consiguió, no sé cómo, la distribución semanal. Durante 153 semanas. Tres años. ¡Y qué tres años! No recuerdo graves demoras, o no fui consciente de ellas. Dentro de muy poco lo volverá a intentar con 52, la serie semanal de DC que sucede entre Crisis Infinita y Un año después. Expectantes nos tiene sobre si será capaz de repetir la empresa.
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