dijous, de febrer 21, 2008

KIRBY & SIMON, PILARES DEL POP

Estaba repasando un volumen que editó hace unos años El País, titulado Protagonistas del siglo XX -que, como síntoma de la ignorancia en el mundo, no incluye a Jack Kirby-, cuando en su página 474 hallé el siguiente collage, que ya había visto en anteriores ocasiones:

Es de 1956 y se titula Just What Is It that Makes Today's Homes So Different, So Appealing? (¿Qué es lo que hace al hogar de hoy tan diferente, tan atractivo?). Es obra del artista inglés Richard Hamilton, y parece que está considerada como el nacimiento del arte pop.

En la pared del fondo se puede ver con bastante claridad la portada del número 26 de Young Romance, de octubre de 1950 y obra de Jack Kirby.

La cabecera Young Romance, parida por Joe Simon y desarrollada junto a Kirby, trastocó la industria del comic book cuando apareció en 1947. Publicaba Crestwood (según el propio Simon; otras fuentes que consulto me dan otros nombres, como Prize o Feature) y distribuía Independent News, de DC, propietaria actual de los derechos. Fue el primer comic book de amoríos y le siguieron 600 imitadores. Si Simon y Kirby fueran japoneses, serían los padres del shojo.

Por un lado, el pop art me gusta. Por otro, da mayor protagonismo a quien se apropia de una obra y anula al artista primero como, en este caso y en las obras de Lichstenstein, los dibujantes de los comic books originales, y eso ya no me gusta tanto. Hoy identificamos a Warhol, Lichstenstein y Hamilton como artistas. ¿Cuándo recibirán su reconocimiento los artistas originales?

dilluns, de febrer 18, 2008

«DON'T STOP--- !»

1. Ahora que más o menos he conseguido equilibrar las redacciones y los interminables ejercicios pendientes de alemán con la escritura del proyecto, la lectura de comic books de los cincuenta y sesenta y de bibliografía especializada sobre ellos, el visionado regular de un par de series y las primeras chispas de unas conexiones sinápticas que meditan sobre el éxodo, me queda incluir un factor más a la ecuación: alimentar el blog.

Tampoco era fácil, pero también he logrado resistirme a abrir ninguna de las novelas que me llaman a gritos desde las estanterías. No, nada de eso: hasta nueva orden, durante un mes como mínimo, debo alejar de mí cualquier libro que no trate de comic books o que no tenga una relación con el proyecto. (No, leer La máquina del tiempo de Wells sólo porque la inventara el Doctor Muerte no cuela).

Y eso, que mis dos neuronas (una para pensar y la otra para pensar lo que la primera tiene que pensar) han olvidado que esto sigue abierto, pero recuerdan perfectamente que le interesa a casi nadie.

2. Unos días después, ya me he recuperado de No Country for Old Men. De acuerdo, no es Fargo, pero ninguna de las otras películas que he visto de los Coen alcanza a Fargo. Tampoco es un film redondo: tengo la sensación de que no le vendría mal un remontaje de la última media hora para reducir entre cinco y diez minutos las escenas de la esposa y la suegra. Sin embargo, cuenta con unas secuencias que, ellas solas, sí deben ser de lo mejor de los Coen. Y sí es más terrorífica y desasosegante que Fargo.

No, no tengo ganas ni tiempo de analizar aquí la película entera ni de establecer todas las comparaciones posibles con Fargo (o con otras: un amigo dice que Bardem es Terminator con peluquín), pero sí quería escribir un poco sobre la escena final. Me descolocó no enterarme demasiado del sueño que cuenta Ed Tom Bell en la última escena, porque no entendí bien las imágenes que describe y porque no conseguía relacionarlas con el resto de la película. ¿Es la escena con su padre un sueño? ¿Es toda la película un sueño? Ahora he vuelto a ver la escena y he leído la transcripción en imdb. Está contando un sueño, después de todo, y lo que sucede en esa escena no tiene porqué tener ninguna relación con el resto.

Lo que sí pensé fue que ese tipo de finales no concluyentes está poniéndose de moda. Las historias no finalizan con el último beso ni con la captura del criminal: mientras los personajes vivan, les seguirán ocurriendo cosas.

Pensaba en los finales de Zodiac y de Cloverfield, que tampoco satisfacían el apetito creado en el espectador por saber que todos los hilos que la narración ha ido presentando son cerrados con respuestas claras. También pensé que los finales de Zodiac, Cloverfield y, ahora, No Country for Old Men suponen un paso más allá en lo que se conoce como «final abierto». No puedo explicar este matiz todavía, pero algo me dice que los finales abiertos de este siglo son «más abiertos» que los del siglo pasado. El que las narraciones deban ser cerradas no deja de ser una convención. El arte imita a la vida en todo menos en una cosa: la vida sigue, aunque sean las de otros.

Me acordé del final de The Sopranos del que tanto se habló el año pasado y que yo no había visto. Dejé de ver la serie cuando en el Plus iban por la segunda o tercera temporada, no porque dejara de gustarme sino por su horario. Eso fue, claro, en la época en que uno debía someterse a los horarios de las cadenas para seguir las series de TV. Todavía tardaré en reengancharme a The Sopranos, pero tras ver el final de No Country for Old Men decidí que debía ver esa famosa última escena del último episodio a pesar de desconocer más de la mitad de las tramas de la serie. Sí, he cometido tal herejía. Y me alegro, porque es una escena fantástica.

Si alguien no quiere verla porque esté siguiendo todavía la serie y piense que el hacerlo se la va a destripar entera, que no tema porque la escena no desvela nada. Si aun así no quiere verla porque el saber que no desvela nada le va a quitar las ganas de seguir viendo la serie, que deje de verla ahora mismo porque la serie no le merece como espectador. Si alguien no ha visto nunca la serie o sólo ha visto episodios o escenas sueltas, ver la siguiente escena le compensará con cuatro de los mejores minutos que han sido emitidos por la televisión esta década. Verla o no verla, en cualquier caso, es responsabilidad de uno.



Yo ya la he visto. Es una escena preciosa que me ha humedecido los ojos y oprimido la garganta de lo bien hecha que está. Además, me ha enseñado que mis sospechas sobre la similitud de este final con el de No Country for Old Men eran ciertas.

No son finales escritos por personas que no saben cómo acabar sus historias. La gente que no sabe cómo acabar sus historias mata a todos sus personajes. Son finales escritos por personas que quieren que sus historias vivan en la mente del espectador tras el último plano. Pasó la época en que la ficción nos ofrecía finales satisfactorios (felices o no) para que cada uno pudiéramos seguir con lo nuestro. Estos «finales más abiertos» expanden la ficción al terreno de la realidad, extienden la duración de las películas hasta mucho después de haber abandonado la sala o apagado el televisor, y se enmarcan en la corriente de una frontera cada vez más difusa y cada vez más amplia entre ficción y realidad, que manifiesta también el uso creciente de elementos narrativos del cine documental en lo que hasta ahora era ficción más o menos pura o, directamente, en la popularización del documental. Siempre ha habido préstamos. Ahora hay fusión.

dijous, de febrer 14, 2008

DESVELADO

He vuelto del cine. No Country for Old Men. Taquicardia. No puedo dormir.

dilluns, de febrer 11, 2008

EL PROFESOR MAMA DU

Había pensado en un par de posts muy cortos para colgar aquí, pero lo que me he encontrado esta mañana es mucho mejor.

El siguiente anuncio lo ha colocado un joven negro hace unas horas en los parabrisas de los coches del aparcamiento de enfrente de casa:

Ya me siento un poco más dentro de un episodio de Lost o The X Files.

PD: ya os haré saber si el hecho de escanear su texto supone algún tipo de herejía contra el médium, y si éste descarga sobre mí todo su poder en forma de sucesos paranormales como, no sé, tocar una teta.

dilluns, de febrer 04, 2008

ARRANCARSE LOS OJOS EN ANALFABESTILANDIA

ADVERTENCIA: las imágenes de este post pueden dañar sus órganos de visión. La contemplación de las mismas llevó a algunos sujetos a volver a saborear en sus gargantas el menú de las navidades pasadas. No está de más poseer un nivel de tolerancia visual superior al necesario para seguir dos minutos seguidos de un episodio de Lo que surja.

Su salud, así como los recuerdos que puede estar a punto de almacenar innecesaria e irremediablemente, queda bajo su responsabilidad.

Ante casos como los expuestos hoy, no sé si reír o llorar. Lo único cierto es que me revuelven las entrañas.

1. El exceso de concordancia del primer ejemplo es hasta tierno. La fotografía corresponde a una calle cercana a mi casa.

Atención al «siguen siendo son los mismos» de la letra pequeña, que redondea la jugada.

2. Sin embargo, aquello que más me calienta la sangre es encontrar faltas de ortografía en carteles más o menos oficiales escritos en catalán. Como el siguiente atentado al idioma perpetrado en un contenedor de Villalonga.

Ese «no hem tires», duplicado, en lugar de un simple «no em tires», me pone de los nervios. Es como si en castellano escribieran «no hemos tires a la basura» en vez de «no me tires a la basura».

Para que no falte la puntilla, el autor no se ha olvidado de ese magnífico «diumengue». O, lo que es lo mismo: «dominguo».

3. Todo lo anterior, aun lamentable, es hasta cierto punto merecedor de perdón. Bueno, no, pero es que el último caso no tiene remedio. Es un ejemplo de mi propio pueblo:

El cartel no tendría ninguna pega si no fuera por ese imposible «amdues costats», que suena tan mal o peor que un hipotético «anbas lados». No es sólo que el «ambos / ambas» español es «ambdós / ambdues» en catalán, sino que el «ambdues» femenino ni siquiera concuerda con el «costats» masculino.

Sólo dos palabras, y las dos están mal. Espero que no exista en el planeta un territorio poblado por gentes que ignoren y desprecien más su propio idioma que los valencianos.