dimecres, de febrer 22, 2006

UNA TARDE

¿Por qué no lo había visto hasta ahora? No era la primera vez que pasaba por allí. El temprano declinar del Sol resplandecía sobre la superficie del lago, entre los árboles, a la entrada de la ciudad. El autobús le había conducido numerosas veces por esa calle durante medio año, ya fuera para entrar o para salir. ¿Dónde estaban entonces sus ojos? ¿Dónde su pensamiento? ¿Concentrados en un libro? ¿O es que tal vez se había sentado siempre en el lado contrario? No, eso no podía ser. El lago le había pillado por sorpresa y lo contemplaba por primera vez. En primavera debía estar precioso. Entonces lo visitaría.

divendres, de febrer 17, 2006

RECUERDOS (2)

POR LOS QUE SE INTENTA JUSTIFICAR EL ORIGEN DE LA DEMENCIA DEL SENADOR Y SU DEFORMADO PUNTO DE VISTA SOBRE LOS HECHOS EN SU TEMPRANA EXPERIMENTACIÓN CON LA COMIDA.

Por mucho que la levadura se parezca a la mantequilla, y por mucho que vuestro padre os diga "Sí, hijo, sí, queda mantequilla", la levadura ni es como la mantequilla ni sabe como la mantequilla. De hecho, está asquerosa.

Es entonces, cuando todavía no has cumplido nueve años, que descubres que tu padre no sólo es capaz de mentir, sino de mentirTE.

dijous, de febrer 16, 2006

AHORA, PRECISAMENTE, ESTO

Es que no hay manera. Vuelvo en enero a Dieburg preparado para casi todo y ahora estoy pensando en marcharme. Ahora precisamente que estoy del todo instalado y amoldado a la vida del pueblo, hago lo posible por buscar otro techo.

Antes era un engorro caminar cerca de 20 minutos para llegar al supermercado, comprar y volver cargado; al principio con carro y todo, que alojaba en la habitación en el lugar que ahora ocupa Torbellino.

Para solucionarlo, traje una cadena para atar a Torbellino en el abrevadero y en media hora puedo ir a comprar y volver. ¡Estoy ganando horas de vida con esta revolución!

Cabalgar a Torbellino no es lo único: tengo vaso de vidrio privado, que en vida anterior fue envase de mostaza; abrelatas para el caso reiterado de desaparición del existente en la cocina; y una taza con asa (¡hay que ver lo útil que es para no quemarse!).

Pero la vida no sólo mejora con cosas materiales. El clima de Alemania, al contrario de lo que piensa la gente, es muy beneficioso para la salud. Al menos para la mía. Al menos en Hesse. Aquí no se me cortan ni me sangran las manos (en València me duelen). Dos verrugas que tenía en el índice desde hace diez años, casi han desaparecido. Y hay noches en las que no hace falta encender la calefacción, como la pasada, por ejemplo. Lo he dicho muchas veces y lo vuelvo a repetir: los alemanes viven en el puto cielo y no lo saben. Y creen que el cielo está en España. Pobrecicos si supieran.

Y es que además, ¡además nieva! ¡Y la nieve trae felicidad!

Pues eso, que a lo tonto a lo tonto hace ya más de un mes que estoy por aquí de vuelta (¡y qué mes!). Que soy consciente de que se acerca una mudanza (hay que tener fe) y de que no podré cargar con todo yo solo. Y que todavía tengo que aprender a jugar.

Sí, quería volver.

Volver a ver.

RECUERDOS (1)

POR LOS QUE SE INTENTA AVERIGUAR EL ORIGEN DE LA DEMENCIA DEL SENADOR Y SU DEFORMADO PUNTO DE VISTA SOBRE LOS HECHOS.

Un pececillo de plata deja de ser SÓLO un pececillo de plata desde el momento en que, en la más tierna infancia, tu abuela te dice que se llama Comepelilas.

dimarts, de febrer 14, 2006

AVATAR

Son tiempos de cambio. Febrero, tierra de nadie entre semestres, está siendo testigo de numerosos movimientos. Para los estudiantes de la Fachhochschule Darmstadt y la Technische Universität Darmstadt es tiempo de abandonar sus habitaciones, ya sea por última vez o para buscar otro techo.

Y en esas estamos. No es que no me guste Dieburg, entendámonos, aquí se está muy bien, pero se estaría mucho mejor si la civilización se encontrara alrededor y no a 45’ de distancia. Lo de mudarme no lo hago por mi bienestar personal ni mejora de las relaciones humanas, que conste; lo hago por aquellos o aquellas que tengan a bien visitarme algún día (aunque se reduzca a la persona de mi hermano, como veo venir), para que se ahorren los 3’35 euros que cuesta un viaje sencillo en tren de Dieburg hasta la civilización (ida y vuelta: 7’70: ¡más caro que el Gandia-València y la cuarta parte de su recorrido!; es para cagarse). También está el bus, más barato, pero las cerca de mil pesetas diarias no se las quitaría nadie para moverse también por Darmstadt. Y que no me da la gana que se gasten ese dinero. Por eso, por ellos, por mi hermano, la semana pasada empecé a buscar habitación libre en Karlshof (quién me iba a decir a mí que un día desearía volver al sitio del que me fui).

No es tan fácil irse. Cuando hace dos semanas pasé por el Wohnraumverwaltung del Studentenwerk de Darmstadt para decirles: “Oyes, que me quiero ir del pueblo”, me respondieron: “Pos mu bien. Pero que sepas que tú firmaste un contrato hasta septiembre y que tu habitación no puede quedar vacía. Así que ya me estás buscando a otro tonto que acepte vivir en Dieburg. O si nos, no hay trato que valga”.

Se me cayó el mundo encima. No me iban a ayudar. Yo, por mi cuenta, tenía que encontrar habitación libre en Karlshof al tiempo que encontraba a alguien para instalarse en mi habitación de la Wohnheim de Dieburg. Mi futuro se hallaba (y se halla todavía) ligado a dos variables independientes, según corrobora El Atún.

Tras el pánico (“¡Dios! ¡Si yo nunca he buscado piso!”) y la aceptación (“Todo sea por salir del pueblo”. El pueblo, todo sea dicho, es un estado mental, y un análisis del mismo daría para otro post, que no tiene porqué ser mío aunque mi persona fuera objeto de la investigación en el apartado de “típico comportamiento del pueblerino ante unas escaleras mecánicas en funcionamiento”), la ACCIÓN.

La acción se estrenó la semana pasada cuando llamé a la puerta de aquellas WG (recuerdo: Wohngemeinschaft, vivienda compartida) con habitaciones libres y me inscribí en trece listas de solicitantes. Hoy (bueno, ayer, ya sabéis de mis ciclos de sueño) he recibido un correo y una llamada de teléfono para asistir el miércoles por la noche a sendas reuniones de “presentarse uno mismo a los ocupantes actuales”; esto es, lo que conocemos como “casting”. Antes, mañana (bueno, hoy), tengo que volver por el Wohnraumverwaltung y preguntar si pueden haber dos erasmus en una misma WG, porque sería lo único que se interpondría en la posibilidad de ser acogido bajo el mismo techo que Captain Librarian, a.k.a “La Persuasora” o “La Maestra de Protocolo”.

Todo esto es, sin embargo, sólo la mitad del plan. El sábado por la noche la Imprenta Pablo publicó seis carteles que colgamos por Karlshof y que anuncian mi habitación. A los que hoy (ayer) se les han unido como treinta más distribuidos por tablones de la TU, la FH de Dieburg y Darmstadt, la misma Wohnheim de Dieburg y Karlshof de nuevo. La campaña “Endosarle la habitación a quien sea” ha empezado. Y mañana (hoy), más.

Colgando carteles me he dado cuenta de que no soy el único que pretende irse de Dieburg. Sabía que los irlandeses se van a Berlín con Cartxo (Carlos todavía no lo tiene claro; ellos son los otros dos de Comunicación de Gandia) y sencillamente han cancelado el contrato, pero mi vecino, Yan (me siento un gigante a su lado), y los macedonios del piso de abajo, también están buscando alguien que ocupe su habitación para mudarse ellos. Yan, según noticia de última hora, ha encontrado otro chino.

No sé si los cálculos de Wolfgang incluyen a Steffi, que ha dejado esta tarde la residencia para volver a casa unos días antes de volar el domingo a València y estar unos meses de erasmus en Gandia, pero me ha dicho que ocho personas del piso quieren abandonarlo. Es un éxodo. Es el fin de la comunidad. Dieburg se desmorona. Es normal, nadie friega, ¿qué quieren?

divendres, de febrer 10, 2006

SHE WAS TIRED

Hay días que uno desearía volver a nacer y ser otra persona. Hacer bien las cosas. Sin embargo, se empieza y se termina; no se puede empezar de nuevo. Por una vez, estaría bien nacer sin esa presión que impide hablar y que no hace ningún bien.

Pero bueno, siempre nos queda Joyce:

«He rushed beyond the barrier and called to her to follow. He was shouted at to go on, but he still called to her. She set her white face to him, passive, like a helpless animal. Her eyes gave him no sign of love or farewell or recognition».

-James Joyce, Eveline, en Dubliners (1914)

(Nada, que me estoy releyendo Dubliners y en el tren he acabado la cuarta historia. A Joyce hay que leerlo pronunciando y lentamente: así a veces me coge un nudo en la garganta que me impide terminar sus frases. Joyce, aquí la gente; gente, el puto amo).

Para aquellos que no pueden pero desean ser otro, y no una vez, existe la ficción. Existe el cine. Donde dos personajes se dicen lo que se tienen que decir, sin perder el tiempo. Donde un juego de plano y contraplano te anticipa qué les traerá la trama. Y la música, de fondo.

Juego. Eso me recuerda a una tira de Peanuts (dios, Schulz, ¿por qué? ¿por qué?) en la que Sally (creo que era ella), la hermana pequeña de Charlie Brown (Carlitos, para entendernos) observa cómo su hermano juega al ajedrez (o a las damas) con Linus Van Pelt.

Si no os habéis perdido con tanto paréntesis, seguimos. Sally les pregunta en qué consiste el juego, y se queda extrañada cuando le explican que sólo puede haber un vencedor. Su frase final: “Si sólo puede ganar uno... el otro, entonces, ¿por qué juega?”.

(Espero no confundirme y que no sea en realidad una tira de Mafalda, quien también suele aparecer jugando a ¿damas? con Felipe o Susanita, pero no creo. Quino es pesimista, pero no incide esa filosofía del perdedor que simboliza Carlitos y que impregna todo Peanuts. Vale, visto ahora tal vez no debería haber leído tanto Peanuts de pequeño, pero ya es tarde para no haberse contagiado).

Pues eso, que no sé por qué juego. Ni siquiera si estoy en él. Ni siquiera si me aceptarán alguna vez. Sólo sé que no sé jugar.

dimarts, de febrer 07, 2006

COSAS QUE ECHABA DE MENOS

Entre la vida social y los trabajos, llevo unos días parando por casa sólo para dormir y a veces ni eso. Por tanto, hoy toca popurrí antes de que vuelva a salir a la calle, no regrese y caduquen los textos.

1. LOS AUTOBUSES

Algún día aprenderé a leer bien e interpretar las notas al pie en un horario de autobuses.
Cojamos el siguiente ejemplo. Horario de los autobuses de Luisenplatz (Darmstadt) a Dieburg una noche de fin de semana:

0:22h (D2), 672, Dieburg Bahnhof.
0:47h, 5507, Aschaffenburg.
1:17h (D2), 5507, Aschaffenburg.
1:22h (D2),
672, Dieburg Bahnhof.
2:22h,
672, Dieburg Bahnhof.

¿Qué es eso de D2? Bajo la vista y leo, en la parte de Zeichenerklärung:

D2: Verkehrt nur am 26.02 und 30.04.2006.

Parece que quiere decir que sólo circula dos días al año. Pienso para mí que un autobús que sólo circula dos días al año es una gilipollez que no tiene derecho a la vida y me decido por esperar.

Por de pronto, el de las 0:22, que era que el quería coger, no pasa.

Veo venir y dejo irse el 5507, que va a Aschaffenburg pero pasa por Dieburg Bahnhof. Era un autobús que no había visto nunca y al que no subía nadie. Como, por muy aislado que esté el pueblo, no concibo que nadie suba al bus para volver a Dieburg, porque siempre hay gente esperando, yo tampoco subo. Me quedo con el come-come, eso sí.

Pasan las horas y se confirma:

a) el que hace los horarios de la RMV está como una puta chota.

b) además, no usa ninguno de los medios de transporte de la RMV.

c) la nota al pie D2 es una gilipollez que no tiene derecho a la vida.

El resultado: catarro. Porque resulta, que aunque sea a las 3 y media de la noche, y localizada en Dieburg, en el trayecto desde la parada del bus hasta la puerta de la Wohnheim, en Alemania también hay humedad. Y se ve.


2. CHESTERTON

«Entonces comprendí el significado del humo. El humo era como la ciudad moderna que lo produce. No siempre es opaco y feo, pero invariablemente es malvado y vano.

«La Inglaterra moderna era como una nube de humo. Podía desplegar todos los colores, pero no podía dejar nada más que suciedad. Era nuestra debilidad y no nuestra fortaleza la que ponía aquella variada basura en el cielo. Eran los ríos de nuestra vanidad vertiéndose en el vacío. Habíamos cogido el círculo sagrado del remolino del viento, lo habíamos menospreciado y lo veíamos como el remolino de una charca. Y luego lo habíamos utilizado como un fregadero. Era un buen símbolo de la rebelión de mi propia mente. Sólo nuestras peores cosas iban al cielo. Sólo nuestros delincuentes podían ascender aún como ángeles».

-Gilbert Keith Chesterton, El hombre vivo (1912)

(¡Lo he acabado hoy!)


3. MOVERME

Tras meses de sedentarismo erasmusiano, en enero me traje mis deportivas de correr porque había pensado que ya era hora de volver a hacerlo. Siempre me ha gustado, desde que empecé hace más de seis años, cuando perdí los suficientes kilos como para poder correr sin sufrir demasiado. Sin embargo, con tanta nieve, sin ganas de madrugar, y sin horas de luz por las tardes, no encontraba el momento. Tendrían que obligarme a hacer ejercicio.

Así, arrastrado por el mono de actividad física y fácilmente convencido por Bea, me uní la tarde del jueves a la práctica del schwitz-fit en el Spielhalle de Böllenfalltor, en el campus de Lichtwiese de la TU (al menos creo que es ahí donde me llevaron).

Centenares de personas, capaces por un momento de hacerme retroceder y de dirigirme hacia la puerta (para salir corriendo de allí), se encontraban ya en movimiento cuando llegamos.

La monitora, guía de nuestros cuerpos durante casi una hora y epicentro de la masa, estaba oculta la mayor parte del tiempo a la vista de cualquiera, como nosotros, que sudara en las últimas filas. La mujer daba las instrucciones en alemán, lo que me obligaba a estar con la cabeza siempre levantada y buscándola con la mirada, no para orientar mis orejas y escucharla mejor (ni esforzándose la comprendía uno), sino para ver qué hacía, si no ella, el resto de gente.

Para poder seguir los ejercicios, utilicé la técnica de “imita al que tienes delante”, así que si la chica de delante de mí levantaba la pierna izquierda, fracciones de segundo después yo hacía lo mismo. Y estaba pendiente de no descuadrarme demasiado con ella porque a la mínima que se encontrara en una fase del ejercicio diferente de la mía, me mareaba y perdía el control de mis extremidades. Mi mente no da para más.

Lo peor es que cada vez que le cogía el truco a la coordinación de uno de esos ejercicios combinados (que si levanta recta la pierna derecha y tócate la rodilla con la mano, pasito a la izquierda, nosequé con los brazos, lo mismo con la pierna izquierda,...) cambiaban a otro nuevo que tenía que copiar. Así no me dejaré de sentirme (y ser) un patoso en la vida.

Una última cosa. En contra de lo que pueda parecer, de verdad que fui a hacer ejercicio. En el mundo (y en un pabellón deportivo) hay lo que hay, y uno todavía tiene ojos. Y como se dio el caso que tenía la cabeza siempre al frente, ya estuviera de pie, arrodillado o acostado en el suelo recordando que tengo abdominales (y que me duelen), en mi campo de visión se cruzaron unos culos que sólo pueden calificarse de perfectos. Así, sin más.

Y el jueves, vuelvo.

dijous, de febrer 02, 2006

NOCHES EN VELA

Sólo han pasado tres semanas desde mi vuelta, tres semanas que en tiempo de Gandia se habrían sucedido rápido y sin incidentes, pero que en tiempo de Alemania transcurren a una velocidad e intensidad alteradas. En Gandia me habrían tocado exámenes, y habría sabido qué día empezaban y qué día acababan, y que durante ese período no habría tenido clase.
El sistema de aquí no permite tanto conocimiento. Sólo sé que marzo da inicio al semestre de verano, y que durante los dos primeros meses del año los profesores ponen fechas de exámenes y de entrega de trabajos. Esto ocurre sin que paren las clases, y cada carrera sigue su propio ritmo. Es de locos. No dicen: “hasta aquí las clases. Queda abierto el periodo de exámenes”. De forma que, hasta ahora que empiezo a ver el final del semestre de invierno, no me he hecho una idea de cuándo terminarán estos acontecimientos, si lo hacen alguna vez.
Al volver sabía, como mínimo, que me tocaban trabajos. Ya la primera noche me acosté tarde para enseñar en clase al día siguiente una animación bastante rústica, que había realizado tan sólo para ilustrar por dónde irían los tiros de la animación y para saber yo mismo si era capaz de animar algo, después de meses sin tocar el Premiere y años el Photoshop.
Sabía que tenía pendiente escribir la voz over para un image film que defendiera la biometría, además de una animación para ilustrar un texto sobre la peste en Bingen en 1666, así como una presentación individual sobre el Museu de les Ciències y dos más en grupo: una sobre fotos de animales y otra sobre televisión interactiva. A los dos días me cayeron encima tres ensayos de dos páginas para las tres asignaturas de Media Culture. Para Historia del Cine he reciclado, traducido, adaptado y resumido el trabajo sobre The Birds que presenté el curso pasado en Análisis de Relatos. Para el curso de estética me he servido de los apuntes de la misma asignatura de los días relativos a The Roaring Twenties (¿he dicho ya que estoy enamorado de esa asignatura? Una joya). Y el tercero no me dio tiempo a acabarlo, así que lo dejé estar sin preocuparme más. Total, nada o casi nada de lo que haga o apruebe aquí me va a servir para Gandia.
Todo esto viene a cuento de que entre los trabajos, el portátil y la conexión a Internet, que conseguí el primer domingo, se me ha roto el ciclo del sueño de tal manera que lo que tengo ahora ni es ciclo ni es sueño.
Veo que estoy en la primera fase de una adicción, y que tengo que empezar a controlarme si quiero (y quiero) volver a tener tiempo para leer, ver películas, pensar y escribir. Por ahora ya he dejado de acostarme a las 5 o las 6 de la mañana, más que nada porque no se puede vivir contra el Sol en un país tan limitado por las horas de luz. En España vivimos del Sol y contra el Sol, pero el entorno nos ha dotado de una mente enferma para soportar tal conflicto, además de que esa situación es permitida por los horarios de los comercios. Aquí no es posible.
Con lo de los trabajos en grupo me he dado cuenta (esto sí indica que estoy muy enfermo) de que echo en falta coordinar a la gente. Aquí soy una pieza más del engranaje, que se queda callado mientras el resto discute en alemán y le dice lo que tiene que hacer y para cuándo. Está bien porque me despreocupo muchísimo. No es que añore la universidad en sí, pero sí los trabajos en grupo de Gandia. El espíritu de trabajo que veo aquí es muy parecido, excepto porque los alemanes entran casi directamente a hablar de la tarea, mientras que a nosotros (al menos a mí) se nos desvía enseguida la mente hacia otros temas y rendimos menos (pero nos lo pasamos mejor).


PD: con esto sólo quiero demostrar que soy el tipo más aburrido al este del Rhin. Y que sí, me gusta mi carrera, ¿qué pasa?