Es que no hay manera. Vuelvo en enero a Dieburg preparado para casi todo y ahora estoy pensando en marcharme. Ahora precisamente que estoy del todo instalado y amoldado a la vida del pueblo, hago lo posible por buscar otro techo.
Antes era un engorro caminar cerca de 20 minutos para llegar al supermercado, comprar y volver cargado; al principio con carro y todo, que alojaba en la habitación en el lugar que ahora ocupa Torbellino.
Para solucionarlo, traje una cadena para atar a Torbellino en el abrevadero y en media hora puedo ir a comprar y volver. ¡Estoy ganando horas de vida con esta revolución!
Cabalgar a Torbellino no es lo único: tengo vaso de vidrio privado, que en vida anterior fue envase de mostaza; abrelatas para el caso reiterado de desaparición del existente en la cocina; y una taza con asa (¡hay que ver lo útil que es para no quemarse!).
Pero la vida no sólo mejora con cosas materiales. El clima de Alemania, al contrario de lo que piensa la gente, es muy beneficioso para la salud. Al menos para la mía. Al menos en Hesse. Aquí no se me cortan ni me sangran las manos (en València me duelen). Dos verrugas que tenía en el índice desde hace diez años, casi han desaparecido. Y hay noches en las que no hace falta encender la calefacción, como la pasada, por ejemplo. Lo he dicho muchas veces y lo vuelvo a repetir: los alemanes viven en el puto cielo y no lo saben. Y creen que el cielo está en España. Pobrecicos si supieran.
Y es que además, ¡además nieva! ¡Y la nieve trae felicidad!
Pues eso, que a lo tonto a lo tonto hace ya más de un mes que estoy por aquí de vuelta (¡y qué mes!). Que soy consciente de que se acerca una mudanza (hay que tener fe) y de que no podré cargar con todo yo solo. Y que todavía tengo que aprender a jugar.
Sí, quería volver.
1 comentari:
Y aprenderás. :)
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