Ha amanecido una jornada aciaga en la historia de la distribución en Gandia. Hoy, no hay tebeos. Oremos a Santa Hebdomadaria, patrona de la distribución, para que el lunes tengamos en nuestras manos nuestra ración de cuadernillos de colores:
«Porque nosotros no hemos traído nada al mundo y nada podemos llevarnos de él». (I Timoteo, 6.7). [Ésta es la gran verdad que el capitalismo se esfuerza por ocultarnos cada segundo de nuestras vidas].
Un día sin tebeos me proporciona más tiempo para escribir aquí. ¿De qué podría hablar hoy? ¡Espera! Si blogger lleva bien las cuentas, ¡el de hoy es mi texto número 100! (mmm... 100 entradas en unos 20 meses no es un dato para echar cohetes, precisamente. ¡Calla! La gente no tiene memoria, no se lo recuerdes). ¡Empecemos!:
Puede que ninguno le hayáis echado un vistazo a este interesante enlace. Yo insisto. Vale, el texto de Anton Szandor LaVey es una locura paranoica, pero esto no equivale a decir que sea una ficción, pues incluye reflexiones / advertencias interesantes (además de locuras paranoicas y conspirativas, que me encantan). Mi preferida es la del ruido blanco, idea apuntada hace décadas por Umberto Eco:
«En el campo de la música ligera [...] el disco, la radio, el hilo musical, y el juke box proporcionan al hombre de hoy una especie de "continuum" musical en el cual moverse en todos los momentos del día. El despertar, las comidas, el trabajo, las compras en los grandes almacenes, la diversión, el viaje en coche, el amor, la excursión, el momento que precede al sueño, se desarrollan en este "acuario sonoro" en el que la música ya no se consume como música, sino como "rumor". Este rumor se ha hecho hasta tal punto indispensable que sólo dentro de algunas generaciones será posible percatarse del efecto de semejante práctica sobre la estructura nerviosa de la sociedad». [Apocalípticos e integrados (1964), p.291. Tusquets. Barcelona: 2001].
Este argumento, para mí, no incluye sólo la música, sino que puede extenderse a todos los ruidos producidos por los electrodomésticos que nos envuelven, arrullan y adormecen. Ese «dentro de algunas generaciones» es nuestro presente. En este instante, mi entorno sonoro se compone del ventilador del portátil, de una canción que escucha mi madre en el piso de arriba, del rumor de algún vehículo que circula por la calle y de algún ocasional pajarillo. Desde la revolución industrial, el hombre ha cedido el puesto a las máquinas creadas por él como principales generadores de ruido en los núcleos urbanos. Es sintomática la sensación que nos aborda cuando se para el aire acondicionado, apagamos el ordenador, extraemos la llave del contacto del coche. "Así que esto es el silencio", pensamos. "Me incomoda", sentimos. A esta extrañeza e incomodidad se refiere Eco cuando anuncia el efecto que produce el ruido continuado en nuestro sistema nervioso.
Otra consecuencia maligna de los electrodomésticos, no apuntada por LaVey, es la opción de standby, que posibilita que las empresas de energía se enriquezcan las 24 horas del día durante los 365 días del año aunque no estemos usando los aparatos. Esa comodidad, tan práctica a primera vista, de encender el televisor con el mando a distancia, es una herida que le podríamos ahorrar al planeta. El mando a distancia, sin embargo, no es la única excusa para la proliferación del standby en nuestras casas. La aplicación más diabólica del standby son los relojitos que sin venir a cuento acompañan los electrodomésticos. La cadena musical, el microondas, el horno, tienen reloj. El vídeo, el reproductor DVD y la radio. ¿Habéis contado cuántos relojes tenéis en vuestras casas? Demasiados. ¿Y para qué sirven, mas que para gastar luz y recordarnos nuestra esclavitud del tiempo? ¿No nos basta con el reloj del móvil o el de pulsera -quien todavía lleve? ¿No es un incordio, cada vez que se va la luz, poner todos esos relojes digitales en hora? ¿No os genera ansiedad que parpadeen incesantemente, esperando a que cedamos y los pongamos, por fin, en hora? Sabed que cada vez que los ponemos en hora perpetuamos la relación de esclavitud entre el tiempo y nosotros, sus inventores y vasallos. Sabed también que existe otra forma para que dejen de parpadear: desenchufándolos.
Esto del tiempo me lleva a otro texto incluido en Cultura del apocalipsis que, entre licántropos, necrófilos, psicópatas, esquizofrénicos, faquires, satanistas, eugenesistas y la influencia de las sociedades secretas en el orden mundial, más me impactó. Es el titulado «La agricultura, motor maligno de la civilización», escrito por John Zerzan (los valientes lo pueden encontrar aquí en inglés). Ya el título llama la atención, no se puede negar. El primer párrafo dice lo siguiente:
«La agricultura, base indispensable de la civilización, apareció originalmente a medida que surgieron el tiempo, el lenguaje, los números y el arte. Como materialización de la alienación, la agricultura es el triunfo del alejamiento y la línea divisoria definitiva entre la cultura y la naturaleza, y entre unos y otros humanos» (p.367).
Empieza fuerte y no hace sino coger velocidad. Yo sabía que el origen de la escritura estaba ligado a la agricultura, por aquello de la necesidad de llevar un control de las cosechas y de las transacciones agrícolas, pero no había caído en que la idea del tiempo (un concepto mental) también es resultado de la Revolución Neolítica. Antes de la agricultura existían, sí, los días, pero no el hoy, ni el mañana, ni el ayer, ni el dentro de un mes ni la semana que viene. El control de la producción agrícola y ganadera exige fijarse en el cambio de las estaciones para determinar cuándo es más conveniente sembrar o segar tal o cual legumbre o cereal, cuándo están en celo las cabras o cuánto dura el embarazo de una vaca. Un ciclo de las estaciones es un año y de repente, con cada circunvolución, somos un año más viejos. Al recolector-cazador paleolítico todo esto se la suda.
Lo del tiempo ya me pareció curioso, pero hay más. La agricultura (como también dice el artículo de Wikipedia sobre la Revolución Neolítica que os he enlazado más arriba) conlleva el sedentarismo y el incremento de la población, cuya densidad y concentración en ciudades empieza a aumentar, lo que a su vez origina las enfermedades endémicas. Nace la propiedad privada, las ciudades estado y la organización social, que han devenido en guerras y en el exterminio masivo de hermanos.
La agricultura no es mejor ni más segura que la recolección porque concentramos nuestros esfuerzos en un número limitado de cultivos (menor variedad de alimento, dieta más pobre) que dependen de las inclemencias del tiempo, culpables de las buenas y las malas cosechas. Éstas son fuente de pobreza, hambrunas y enfermedades.
«El desequilibrio ecológico provocado por los monocultivos y los fertilizantes sintéticos provoca enormes aumentos en las enfermedades y plagas del cultivo; desde la II Guerra Mundial, las cosechas perdidas debido a los insectos se han duplicado» (p.386).
Los libros de texto de nuestro sistema de adoctrinamiento señalan que el paso de una sociedad paleolítica a una neolítica es bueno, y que posibilita el surgimiento de excedentes en la producción (léase "depósito bancario" y "ahorro"), así como la división y especialización del trabajo y el progreso. Todos estos argumentos no son sino justificaciones establecidas desde un punto de vista que justifica el sistema actual capitalista, como si el gérmen del capitalismo tuviera 10000 años y fuera el orden natural de las cosas. Pues bien, no lo es. Si los siglos de progreso de la humanidad que nos han vendido es a costa de un deterioro exponencial del entorno que conducirá a nuestra extinción, el progreso ya no me parece tal. (Claro que... la extinción de las especies no es más que un proceso natural, y si en lugar de extinguirnos regresamos a un estadio anterior, pues no estaría tan mal).
El progreso mismo no es algo real, sino otro concepto mental, un estereotipo, como muy bien explica Walter Lippmann en su libro de 1922 La opinión pública (llevo una semana con él y es el libro más inteligente que he leído en mi vida):
«[La teoría de la evolución] pasó de ser una hipótesis biológica de carácter técnico a convertirse en fuente de inspiración de prácticamente todas las áreas del conocimiento: modales y costumbres, morales, religiones, filosofías, artes, máquinas de vapor, tranvías eléctricos... todo "evolucionó". La palabra "evolución" se convirtió en un término muy general, pero también muy impreciso. [...] El profesor Bury explica cuánto tiempo hubo de transcurrir hasta que la idea de progreso dejó de ser un juguete especulativo. "A las ideas especulativas no les resulta sencillo", dice, "penetrar en la conciencia general de la comunidad y transmitir información, hasta que asumen alguna forma externa y concreta u obtienen el beneplácito de alguna prueba material de naturaleza asombrosa. En el caso del progreso, ambas condiciones se cumplieron (en Inglaterra) entre 1820 y 1850". La revolución mecánica se encargó de proporcionarnos la prueba más asombrosa. "Los individuos nacidos a principio de siglo han visto antes de cumplir los 30 el rápido desarrollo experimentado por la navegación a vapor, la iluminación de pueblos y hogares mediante gas y la inauguración del primer ferrocarril". Milagros de esta índole forjaron en la conciencia del ciudadano medio la idea de la fe en la capacidad de perfeccionamiento del progreso humano». [pp. 102-103. Langre. Madrid: 2003].
Zerzan concluye su texto (y yo también, de paso) con una cita de los antropólogos Richard B. Lee e Irven DeVore, (¡ey! ¡Cita a gente de verdad!) quienes se colocan en el lugar de unos posibles arqueólogos interplanetarios del futuro que arriban a nuestro planeta y hallan restos de «...un periodo muy largo y estable de caza a pequeña escala y de recolección que fue seguido por un florecimiento aparentemente instantáneo de la tecnología... que condujo a una rápida extinción. "Estratigráficamente", el origen de la agricultura y la destrucción termonuclear parecerán básicamente simultáneos» (pp. 389-390).
Ea, ahí queda el último texto largo que veréis por aquí hasta que tenga ganas de volver a perder otra tarde. ¿Cómo? ¿Que debería haber parado hace diez párrafos? ¡Pero entonces no sería un double-sized 100th anniversary issue! ¡Venga! ¡Ahora a por el dos...! ¡...a por el ciento uno!
«Porque nosotros no hemos traído nada al mundo y nada podemos llevarnos de él». (I Timoteo, 6.7). [Ésta es la gran verdad que el capitalismo se esfuerza por ocultarnos cada segundo de nuestras vidas].
Un día sin tebeos me proporciona más tiempo para escribir aquí. ¿De qué podría hablar hoy? ¡Espera! Si blogger lleva bien las cuentas, ¡el de hoy es mi texto número 100! (mmm... 100 entradas en unos 20 meses no es un dato para echar cohetes, precisamente. ¡Calla! La gente no tiene memoria, no se lo recuerdes). ¡Empecemos!:
Puede que ninguno le hayáis echado un vistazo a este interesante enlace. Yo insisto. Vale, el texto de Anton Szandor LaVey es una locura paranoica, pero esto no equivale a decir que sea una ficción, pues incluye reflexiones / advertencias interesantes (además de locuras paranoicas y conspirativas, que me encantan). Mi preferida es la del ruido blanco, idea apuntada hace décadas por Umberto Eco:
«En el campo de la música ligera [...] el disco, la radio, el hilo musical, y el juke box proporcionan al hombre de hoy una especie de "continuum" musical en el cual moverse en todos los momentos del día. El despertar, las comidas, el trabajo, las compras en los grandes almacenes, la diversión, el viaje en coche, el amor, la excursión, el momento que precede al sueño, se desarrollan en este "acuario sonoro" en el que la música ya no se consume como música, sino como "rumor". Este rumor se ha hecho hasta tal punto indispensable que sólo dentro de algunas generaciones será posible percatarse del efecto de semejante práctica sobre la estructura nerviosa de la sociedad». [Apocalípticos e integrados (1964), p.291. Tusquets. Barcelona: 2001].
Este argumento, para mí, no incluye sólo la música, sino que puede extenderse a todos los ruidos producidos por los electrodomésticos que nos envuelven, arrullan y adormecen. Ese «dentro de algunas generaciones» es nuestro presente. En este instante, mi entorno sonoro se compone del ventilador del portátil, de una canción que escucha mi madre en el piso de arriba, del rumor de algún vehículo que circula por la calle y de algún ocasional pajarillo. Desde la revolución industrial, el hombre ha cedido el puesto a las máquinas creadas por él como principales generadores de ruido en los núcleos urbanos. Es sintomática la sensación que nos aborda cuando se para el aire acondicionado, apagamos el ordenador, extraemos la llave del contacto del coche. "Así que esto es el silencio", pensamos. "Me incomoda", sentimos. A esta extrañeza e incomodidad se refiere Eco cuando anuncia el efecto que produce el ruido continuado en nuestro sistema nervioso.
Otra consecuencia maligna de los electrodomésticos, no apuntada por LaVey, es la opción de standby, que posibilita que las empresas de energía se enriquezcan las 24 horas del día durante los 365 días del año aunque no estemos usando los aparatos. Esa comodidad, tan práctica a primera vista, de encender el televisor con el mando a distancia, es una herida que le podríamos ahorrar al planeta. El mando a distancia, sin embargo, no es la única excusa para la proliferación del standby en nuestras casas. La aplicación más diabólica del standby son los relojitos que sin venir a cuento acompañan los electrodomésticos. La cadena musical, el microondas, el horno, tienen reloj. El vídeo, el reproductor DVD y la radio. ¿Habéis contado cuántos relojes tenéis en vuestras casas? Demasiados. ¿Y para qué sirven, mas que para gastar luz y recordarnos nuestra esclavitud del tiempo? ¿No nos basta con el reloj del móvil o el de pulsera -quien todavía lleve? ¿No es un incordio, cada vez que se va la luz, poner todos esos relojes digitales en hora? ¿No os genera ansiedad que parpadeen incesantemente, esperando a que cedamos y los pongamos, por fin, en hora? Sabed que cada vez que los ponemos en hora perpetuamos la relación de esclavitud entre el tiempo y nosotros, sus inventores y vasallos. Sabed también que existe otra forma para que dejen de parpadear: desenchufándolos.
Esto del tiempo me lleva a otro texto incluido en Cultura del apocalipsis que, entre licántropos, necrófilos, psicópatas, esquizofrénicos, faquires, satanistas, eugenesistas y la influencia de las sociedades secretas en el orden mundial, más me impactó. Es el titulado «La agricultura, motor maligno de la civilización», escrito por John Zerzan (los valientes lo pueden encontrar aquí en inglés). Ya el título llama la atención, no se puede negar. El primer párrafo dice lo siguiente:
«La agricultura, base indispensable de la civilización, apareció originalmente a medida que surgieron el tiempo, el lenguaje, los números y el arte. Como materialización de la alienación, la agricultura es el triunfo del alejamiento y la línea divisoria definitiva entre la cultura y la naturaleza, y entre unos y otros humanos» (p.367).
Empieza fuerte y no hace sino coger velocidad. Yo sabía que el origen de la escritura estaba ligado a la agricultura, por aquello de la necesidad de llevar un control de las cosechas y de las transacciones agrícolas, pero no había caído en que la idea del tiempo (un concepto mental) también es resultado de la Revolución Neolítica. Antes de la agricultura existían, sí, los días, pero no el hoy, ni el mañana, ni el ayer, ni el dentro de un mes ni la semana que viene. El control de la producción agrícola y ganadera exige fijarse en el cambio de las estaciones para determinar cuándo es más conveniente sembrar o segar tal o cual legumbre o cereal, cuándo están en celo las cabras o cuánto dura el embarazo de una vaca. Un ciclo de las estaciones es un año y de repente, con cada circunvolución, somos un año más viejos. Al recolector-cazador paleolítico todo esto se la suda.
Lo del tiempo ya me pareció curioso, pero hay más. La agricultura (como también dice el artículo de Wikipedia sobre la Revolución Neolítica que os he enlazado más arriba) conlleva el sedentarismo y el incremento de la población, cuya densidad y concentración en ciudades empieza a aumentar, lo que a su vez origina las enfermedades endémicas. Nace la propiedad privada, las ciudades estado y la organización social, que han devenido en guerras y en el exterminio masivo de hermanos.
La agricultura no es mejor ni más segura que la recolección porque concentramos nuestros esfuerzos en un número limitado de cultivos (menor variedad de alimento, dieta más pobre) que dependen de las inclemencias del tiempo, culpables de las buenas y las malas cosechas. Éstas son fuente de pobreza, hambrunas y enfermedades.
«El desequilibrio ecológico provocado por los monocultivos y los fertilizantes sintéticos provoca enormes aumentos en las enfermedades y plagas del cultivo; desde la II Guerra Mundial, las cosechas perdidas debido a los insectos se han duplicado» (p.386).
Los libros de texto de nuestro sistema de adoctrinamiento señalan que el paso de una sociedad paleolítica a una neolítica es bueno, y que posibilita el surgimiento de excedentes en la producción (léase "depósito bancario" y "ahorro"), así como la división y especialización del trabajo y el progreso. Todos estos argumentos no son sino justificaciones establecidas desde un punto de vista que justifica el sistema actual capitalista, como si el gérmen del capitalismo tuviera 10000 años y fuera el orden natural de las cosas. Pues bien, no lo es. Si los siglos de progreso de la humanidad que nos han vendido es a costa de un deterioro exponencial del entorno que conducirá a nuestra extinción, el progreso ya no me parece tal. (Claro que... la extinción de las especies no es más que un proceso natural, y si en lugar de extinguirnos regresamos a un estadio anterior, pues no estaría tan mal).
El progreso mismo no es algo real, sino otro concepto mental, un estereotipo, como muy bien explica Walter Lippmann en su libro de 1922 La opinión pública (llevo una semana con él y es el libro más inteligente que he leído en mi vida):
«[La teoría de la evolución] pasó de ser una hipótesis biológica de carácter técnico a convertirse en fuente de inspiración de prácticamente todas las áreas del conocimiento: modales y costumbres, morales, religiones, filosofías, artes, máquinas de vapor, tranvías eléctricos... todo "evolucionó". La palabra "evolución" se convirtió en un término muy general, pero también muy impreciso. [...] El profesor Bury explica cuánto tiempo hubo de transcurrir hasta que la idea de progreso dejó de ser un juguete especulativo. "A las ideas especulativas no les resulta sencillo", dice, "penetrar en la conciencia general de la comunidad y transmitir información, hasta que asumen alguna forma externa y concreta u obtienen el beneplácito de alguna prueba material de naturaleza asombrosa. En el caso del progreso, ambas condiciones se cumplieron (en Inglaterra) entre 1820 y 1850". La revolución mecánica se encargó de proporcionarnos la prueba más asombrosa. "Los individuos nacidos a principio de siglo han visto antes de cumplir los 30 el rápido desarrollo experimentado por la navegación a vapor, la iluminación de pueblos y hogares mediante gas y la inauguración del primer ferrocarril". Milagros de esta índole forjaron en la conciencia del ciudadano medio la idea de la fe en la capacidad de perfeccionamiento del progreso humano». [pp. 102-103. Langre. Madrid: 2003].
Zerzan concluye su texto (y yo también, de paso) con una cita de los antropólogos Richard B. Lee e Irven DeVore, (¡ey! ¡Cita a gente de verdad!) quienes se colocan en el lugar de unos posibles arqueólogos interplanetarios del futuro que arriban a nuestro planeta y hallan restos de «...un periodo muy largo y estable de caza a pequeña escala y de recolección que fue seguido por un florecimiento aparentemente instantáneo de la tecnología... que condujo a una rápida extinción. "Estratigráficamente", el origen de la agricultura y la destrucción termonuclear parecerán básicamente simultáneos» (pp. 389-390).
Ea, ahí queda el último texto largo que veréis por aquí hasta que tenga ganas de volver a perder otra tarde. ¿Cómo? ¿Que debería haber parado hace diez párrafos? ¡Pero entonces no sería un double-sized 100th anniversary issue! ¡Venga! ¡Ahora a por el dos...! ¡...a por el ciento uno!
2 comentaris:
Y ademas, como explicaba Engels, el origen de la agricultura genero un excedente de produccion que precipito el fin del matriarcado. Asi que...
Gracias por el apunte. Más pronto que tarde también tendré que echarle una atenta ojeada a los libros de ese señor.
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