diumenge, d’octubre 07, 2007

HISTORIA A GRITOS

Mi familia tiene una especial habilidad para desaparecer las mañanas de los sábados y dejarme solo con mi abuelo, que no tiene nada mejor que hacer los fines de semana que venir a vernos. Ayer, poco antes de las 11, ya había desaparecido todo el mundo; incluso mi padre, su único hijo. Y yo estaba solo.

Empezó como quien no quiere la cosa, con una pregunta de lo más inocente por su parte: «¿Cómo está eso de la quema de fotos del Rey?». Agotados los temas del teléfono móvil desde que se lo cambiamos por otro que escucha mejor, y el del cinturón de la hernia que quería que le reparásemos, de vez en cuando sale con lo de que Zapatero es un bandolero que va a llevar a este país a la ruina para vengarse de la muerte de su abuelo en la guerra. Le respondí que por mí pueden hacer lo que quieran. En la cabeza tenía una respuesta más larga, pero cuando uno habla con mi abuelo aprende a sintetizar el mensaje al máximo, para que llegue al destinatario con el menor número de repeticiones posibles.

La respuesta larga: quemar una imagen, quemar una bandera, no significa nada más que lo que es: quemar un papel, quemar una tela. Mientras no maten ni quemen aquello que representa, no debería ser delito. Igual que los partidos políticos son el cáncer de la democracia, las banderas son el cáncer de las naciones. En este sentido, no sólo deberían derogarse los artículos 490.3 y 491, de calumnias e injurias contra la corona, sino también el 543 del Código Penal, sobre los emblemas de España y sus CCAA.

Para mi abuelo, por supuesto, la culpa de todo la tiene Zapatero. Y antes que él, los socialistas. Y antes que él, los marxistas. Para mi abuelo el comunismo es algo que debería estar prohibido, exterminado de la faz de la Tierra, porque es un sistema, sí, muy bonito, pero que sólo trae (o ha traído) miseria. Para él, la prueba de que el capitalismo es mejor que el comunismo es el hecho de que en Rusia sólo ha durado 70 años mientras que EEUU lleva más de un siglo sirviendo al capital. Es un argumento. Falaz y ciego, pero argumento.

Mi abuelo se iría antes con los estadounidenses que con los comunistas. Yo no me iría con nadie, pues ambos sistemas se basan en la opresión y la destrucción. Sólo por haber lanzado no una sino dos bombas atómicas, EEUU es un estado criminal. Y decir que no había otra solución no justifica nada. El hecho de que EEUU haya entrado tarde en ambas guerras mundiales, cuando los ejércitos de uno y otro bando estaban lo suficientemente debilitados como para que el suyo, fresco, nuevo y con mejores armas, pareciera el salvador venido de ultramar, es indicativo de su oportunismo. La implosión de Europa y el avance del nazismo le importaban tanto como una mierda de mosca, pues EEUU se preocupa y siempre se ha preocupado por su propio beneficio. Si Truman hubiera sido condenado a 20 años de prisión como otros criminales nazis yo no tendría tantos motivos para quejarme. Pero eso no sucedió.

Mi abuelo luchó con los nacionales. Aunque de pequeño pudiera tener esa imagen maniquea de que un abuelo mío luchó con los buenos y el otro con los malos, ahora es algo que no le reprocho. En una guerra, es más el bando el que te elige a ti que tú quien elige al bando. Es una situación límite de la que si sales vivo ya has hecho bastante.

Es evidente que yo no estaba allí, y mi abuelo me lo recordaba mientras más o menos defendía a Franco. Me explicó que Franco había conquistado parte de África, y que eran tan pocos que jamás habrían ganado de no ser por la desorganización del otro bando. Tal vez sea esto otro mito, tal vez no. Mi abuelo lo repite: mientras los nacionales avanzaban, los rojos estaban de juerga, comiendo y bebiendo. A mí me suena a propaganda. Después de la victoria del Movimiento, dice, las cosas se le fueron de las manos.

Mentó a Franco porque poco antes había dicho, a raíz de las fotos del Rey, que la II República fue un desastre, y que ahora estamos demasiado bien como para pedir más cambios. No le faltará razón, pero no tenemos que agradecer nada a Franco. Por supuesto, yo «no estaba allí». Levantó el país y todo lo que él quiera, pero, y ésta es una pregunta que se le puede hacer a cualquier sistema de gobierno, constitucional o dictatorial, ¿vale la pena nuestro bienestar a costa del malestar de otra gente? ¿Vale la pena apoyar lo que tenemos si lo que tenemos es a costa del peor-estar, del mal-estar o incluso del no-estar de otros pueblos? Respuesta corta: no.

El nazismo llenó Alemania de autopistas y promovió una campaña agresiva contra el tabaquismo. Hitler era vegetariano estricto y repudiaba el maltrato a los animales. ¿Estos hechos por sí solos convierten al nazismo o a Hitler en algo bueno? Por supuesto que no.

Aquello que más me fascina es ¿qué lleva a la gente a apoyar unas cosas u otras? Por ejemplo, ¿qué ha llevado a mi abuelo a afirmar que Manuel Azaña era inteligente pero malvado? El artículo de la enciclopedia del País sobre Azaña podría resumirse como la vida de un escritor a quien el traje de político le venía grande, cuyas medidas causaron descontento popular pero que aglutinó a las izquierdas en su segundo mandato. De forma tácita, mi abuelo defiende el bipartidismo, pues no está de acuerdo con que el principal partido de izquierdas, a pesar de no haber ganado unas elecciones, obtenga el poder con la ayuda de los partidos pequeños. Y, por consiguiente, robe un gobierno a la derecha. Es una forma de verlo.

La base de todo es que nos encanta descubrir crímenes y errores del adversario. Aprendemos a ridiculizar al otro sin que nos parezca mal. El problema es que los crímenes del capitalismo, como son nuestros y ocurren lejos, no los vemos. Pero existen y son igual de reprobables. También, son tan grandes que nuestra vista no los abarca.

Este verano vi un anuncio de Dexia, una compañía financiera franco-belga, en una cadena de televisión británica o americana (voy cambiando y no recuerdo dónde veo los anuncios). Me gustó el eslogan: «Short term has no future» (el corto plazo no tiene futuro). El beneficio rápido propio del capitalismo es incompatible con el planeta. Uno de los dos tiene los días contados. Y nosotros estamos en medio.

PD: en resumen, fue una mañana bastante animada. En esta ocasión, como estaba hablando a gritos con mi abuelo, no tuve necesidad de repetirle nada, y casi parecía que, por primera vez, estábamos hablando de verdad.

1 comentari:

Bcn ha dit...

doncs sí, jordi, jo l'estiu de fa dos anys vaig intentar averiguar una mica de la veritat sobre els dos bandos i vaig buscar llibres, opinions, tot això, i al final em vaig quedar igual; la conclusió és senzilla: és difícil averiguar la veritat perque els dos bandos van inventar patranyes i els afins se les van creure, així que és una mica complicat saber què és i què no és veritat, però una cosa està clara, i és lúnica veritat que podem defendre, i és que un gobern triat pel poble va ser usurpat per un grup armat, i això, siga on siga, no és bo; la resta, cadascú que es crega el que vullga.