dimarts, de març 28, 2006

VAMOS A VER QUÉ SALE DE AQUÍ (4). CONDUCIR

10 de marzo de 2006, 10:00h. Una moneda ha querido que me toque salir en coche desde Darmstadt para iniciar el camino hacia Berlín. A Berlín. En coche. Conduciendo yo. Yo, que no me atrevo a conducir de Gandia a Valencia, y sigo sin estar del todo confiado en hacerlo, salgo de Darmstadt en coche para llegar a Berlín nevando pasadas las cuatro de la tarde. Por suerte para el vehículo y los tres pasajeros, hay otro tripulante, Dani, que conduce el tramo central a la ida, para encargarse a la vuelta de pilotar la salida de Berlín y la llegada a Darmstadt.

Lo cierto es que con mediana y con cuatro carriles para cada sentido se conduce estupendamente. Y alcanzar la velocidad de 140-150 km/h no es tan disparate cuando el resto de vehículos de la vía circula a esta misma velocidad, y el coche y la carretera son buenos, como era el caso. A mí no me gusta conducir. Me explico. Soy incapaz de manejar el coche y al mismo tiempo atender a las señales, y cualquier acción que no se encuentre en las palancas del volante, como bajar los cristales o encender las luces (la radio y el aire acondicionado ni los considero, claro está, porque su utilización por parte del conductor supone de por sí una imprudencia equiparable a fumar o hablar por móvil), no existen. Soy un inútil, ¿qué pasa? Mi querido Polo rojo, que debe tener como 16 años ya, tiene las luces en las palanquitas, para que uno encienda cómodamente la luz de posición, la corta o la larga; y no en una ruedita con símbolos raros a la izquierda del volante, como en el Golf. ¿Qué se han creído estos de Volkswagen? ¿Que soy zurdo? ¿Que tengo ojos en las yemas de mis dedos (de la mano izquierda, para más señas)? Sí, soy un monstruo con partes de mi cuerpo que no me sirven para nada y con conexiones sinápticas no válidas o imposibles, pero eso no les autoriza a suponer el resto de mi anatomía.

Era la primera vez, desde las prácticas de la autoescuela, hace más de dos años y medio, que me ponía al volante de un coche con dirección asistida, contador de revoluciones y embrague hipersensible. Yo estoy acostumbrado a mi volante-para-machotes, con el que el coche no se desvía demasiado si los brazos se despistan un poco, pero con el Golf, mi forma de conducir, digamos que asusta. Pero no hay que darle tantas vueltas: llegamos, vimos y volvimos, que es lo que cuenta.

No habríamos llegado, claro, si el copiloto Pablo no hubiera estado atento, digamos al 90%, a las indicaciones de la página de la Guía Michelin, que nos trazó el trayecto. La entrada a la ciudad y la llegada al albergue fueron diferentes.