(Nota: entre el anterior post y éste, servidor se ha mudado a Karlshof y ha interrumpido el ritmo de un post al día que había planeado para la serie sobre los viajes a Berlín y Köln. Prosiguen aquí las impresiones del viajero).
14 de marzo de 2006, 20:30h. Me ha alegrado mucho ver a Álex, pues no veo a nadie de clase desde enero (y a ella sólo la vi una vez en navidades el curso pasado, cuando bajó de Köln, una vez en septiembre y un par más en diciembre), y hasta Pascua no vendrá Pau. Tras eso, ya veremos qué depara el verano. O septiembre. Cuando regrese a Gandia el curso que viene, quedarán muy pocos de mis amigos y compañeros de carrera en la universidad. Será empezar de nuevo, otra vez. Conozco a gente de cuarto ya, pero esto sería una nueva experiencia de integración. En cierta manera prefiero que el año que viene sea también diferente, pues creo que no soportaría que todo siguiera igual. Mi vida ha estado estancada demasiado tiempo. Pero tampoco quiero dejar de ver a la gente. Algo se me ocurrirá.
El ICE llega 10 minutos tarde a Wiesbaden, donde todo se torció, pierdo el enlace con el RB a Darmstadt y me quedo atrapado una hora en la estación. El propósito de quejarme al Reisezentrum desaparece al ver la hora de cierre, 19:30h. Por suerte soy tonto y me entretengo con poco. Me quedo embobado contemplando los detalles de la maqueta ferroviaria que, dentro de una vitrina, espera que alguien la haga funcionar con un euro. Mirar es gratis.
Llego a Darmstadt pasadas las 23:20h y vuelvo a Dieburg en el bus que sale una hora después desde Luisenplatz. Si estuviera viviendo ya en Darmstadt, ya habría llegado a casa, y ahora odio más que nunca vivir en Dieburg. En Dieburg, en el camino desde la parada del bus a la Wohnheim, sí hace frío. Ni Berlín ni hostias.
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