(Nota: lo sé, pasa una mosca, me entretengo y me olvido de que tengo un blog por aquí. Pero tras la mudanza he parado poco por casa, entre la inauguración del piso y las vueltas yendo de compras y buscando y pensando qué le preparábamos a Bea, que se nos fue el miércoles. Que sí, que sé que querías irte sin hacer ruido (algo hiciste, muchas gracias), pero no íbamos a dejar que te fueras con las manos vacías. Ya contaré todo esto en su momento, espero, aunque “su momento” haya pasado. Antes tengo una serie que continuar).
10 de marzo de 2006, 16:30h. Jamás en la vida habría imaginado que me iba a tocar algún día entrar conduciendo a Berlín. Pero jamás. Pero jamás jamás. Y sin embargo así ha sido, qué cosas. Cuando faltaba menos de una hora para llegar a la ciudad, ya todo estaba nevado a ambos lados de la carretera y habíamos entrado en una nubecilla baja, de éstas que añaden encanto a la conducción por carretera. Estábamos llegando. A Berlín. Yo solito reduje la velocidad porque los brillos del asfalto podían ser hielo, pero Dani tuvo que avisarme de que iba a ser conveniente encender la luz de posición, por aquello de ser vistos y eso. Y claro, te dicen “a tu izquierda, a tu izquierda”, ¿y quién va a pensar que entre el volante y la puerta queda espacio para una ruedita para zurdos? Pues la hay, y si se gira se encienden las luces, mira por dónde. Y se apagan.
No tengo ni idea de por dónde entramos a Berlín. En algún momento debieron de dejar de concordar las señales de la vida real con las letras y los números impresos del Routenplaner de ViaMichelin y empezamos a obedecer los carteles de Stadtmitte. Y allá que íbamos. Y llegamos tan allá que allá llegamos, que pasamos por la rotonda del Siegessäule y después tuvimos que girar al sur, siguiendo flechicas que nos llevaran a Schöneberg, el barrio de destino en cuestión.
Como mi magnífica guía tiene plano de Berlín pero no callejero, ahí estaba Pablo como loco buscando dónde estábamos. Me parece sorprendente que algo tan abstracto como un plano pueda ser interpretado hasta llegar a la frase:
-“Vale, que no panda el cúnico, estamos aquí”.
-“Eso ya lo sabía”.
-“¡No! Estamos aquí... respecto de aquí”.
Y es entonces cuando a uno se le expande e ilumina la mente, porque eso es lo que hace un plano: nos da una visión de un lugar desconocido, una misión, un destino. El plano nos habla: “Ahora sabéis vuestro destino, jóvenes aventureros. Cómo lleguéis es cosa vuestra. Podéis elegir el camino más corto o dar un rodeo, pero cuando os alejéis de la meta, sabréis que os estáis alejando, y cuando os acerquéis a ella, sentiréis radiante el calor de la verdad”.
-“Jordi, como no se calle ya tu puto mapa lo tiro por la ventana”.
-“¡No, déjalo! El mapa es bueno, ya se calla. Él es la luz, Él el camino, Él nuestro guía, nuestro sendero”.
-“¿Te callarás tú también?”.
-“Ya mismo”.
2 comentaris:
Doy fe de que así fue, el puto mapa como vuelva a abrir la boca en mi presencia se va a quedar en callejero
jijiji...
Aventurero... a la proxima un GPS
:P no es lo mismo... pero...
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