Sigamos con Radioactive Man #160, con fecha de portada ficticia de mayo de 1968 pero publicado en realidad en cuatro partes en las historias de complemento de los números #36 a #39 de Simpsons Comics (abril a octubre de 1998). La edición española de estos comic books a cargo de Ediciones B tuvo lugar entre finales de 1999 y principios de 2000, con la misma numeración.
Radioactive Man #160 consta de 19 páginas en total que constituyen el episodio titulado «La heroica vida y la mortificante muerte de El Hombre Radiactivo», en el que se narran las consecuencias de la presunta muerte del héroe en el inexistente #159 a manos de Eccematoso Primo, un robot creado por la sociedad secreta Eccema, liderada por Madam Eccema. El acaudalado Claude Kane III había simulado su muerte para poder convencer al mundo, y en especial a Gloria Grand, reportera que trabaja en la cadena WZEN de la ciudad de Zenith y de la que está enamorado, de que él y el Hombre Radiactivo no son la misma persona. Como ven, puro melodrama al estilo del Superman de los 60.
Por azares del destino, Radioactive Man #160 cuenta con cuatro portadas, la segunda de las cuales apareció en el reverso (o flipside o cara B) de Simpsons Comics #37 (junio 1998), firmada de nuevo por Groening, Morrison y Kane.
De nuevo, la ilustración es una copia-homenaje de la realizada por Steranko para The X-Men #50 (noviembre 1968):
La figura del Hombre Radiactivo hablando de entre los muertos a sus compañeros del Escuadrón Superior es un calco de la de Lorna Dane/Polaris manifestándose ante la Patrulla-X como hija de Magneto y Reina de los Mutantes.
Supongo que muchos conoceréis al Hombre Radiactivo, ese personaje mitad parodia, mitad homenaje a los superhéroes que aparece de vez en cuando en The Simpsons. A pesar de que ya se le menciona y se puede ver algun comic book suyo en la primera temporada, no es hasta la segunda que se le dedica un episodio, «Three Men and a Comic Book» (9 mayo 1991), uno de mis preferidos de la serie (hasta que dejé de seguirla con el cambio de siglo). En él, Bart, Milhouse y Martin reúnen el dinero del que disponen para adquirir entre todos el primer número de Radioactive Man, un cómic que según la cronología de los Simpson data de 1952.
Pues bien, en 1993, Matt Groening y unos cuantos más fundaron la editorial Bongo Comics, y ese mismo año, además de Simpsons Comics, publicaron su propio Radioactive Man #1, un tebeo histórico que desde entonces existe también en nuestro mundo; es de noviembre de 1993, pero salió con fecha de portada del mismo mes de 1952, por seguir con la broma.
La colección de Simpsons Comics era famosa por incluir en el reverso una historia corta protagonizada por alguno de los secundarios, con su correspondiente portada, que solía imitar el diseño de colecciones de comic books antiguas. A la altura de su número #36 (abril 1998) recuperaron al Hombre Radiactivo...
...y los autores de la portada, Groening, Bill Morrison y Nathan Kane, se acordaron de otra portada:
La que dibujara el gran Jim Steranko para Captain America #111 (marzo 1969), el segundo de los tres episodios que realizó del personaje. Steranko tal vez no signifique mucho para los profanos; en caso de que alguno lo sea, tal vez le pique la curiosidad saber que diseñó la apariencia de Indiana Jones.
En esta ocasión los homenajeadores sí se acordaron de incluir un «after Steranko», exactamente en el mismo lugar donde firmó aquél y con la misma tipografía. Qué menos para con alguien cuyo trabajo aprecian.
No sé si se lo habré contado a alguien ya y tampoco me importa si me creen o no, pero a excepción de haber sido testigo en directo, desde el verano del 88, de la etapa de John Byrne en Superman, y algunos números del Daredevil de Frank Miller publicados en Los cómics de El Sol unos pocos años después, mi verdadera inmersión en los tebeos de superhéroes no sucedió hasta hace unos diez años, cuando empecé a probar otras colecciones que no fueran Daredevil o Superman... y apareció la Línea Excelsior de Forum.
Los noventa me pillaron leyendo manga (Toriyama, Shirow, Katsura,...), y por esta razón no me di cuenta, cuando tuve en mis manos por primera vez el Bartman #4 (mayo 1995), de que la portada firmada por Matt Groening y Bill Morrison...
...era en realidad una copia-homenaje de la portada de The Amazing Spider-Man #50 (julio 1967), a cargo de John Romita y Mike Esposito:
A este tipo de copias-homenajes se les suele llamar «swipe» y, en ocasiones, los responsables de la nueva versión reconocen la paternidad de la composición mediante la fórmula «after...» seguida del nombre del autor original (o incluso «après...» si el original es francés). En este caso, por ejemplo, debería leerse un «after Romita», pero no aparece por ningún lado.
Las portadas de los comic books de los Simpson incluyen unos cuantos swipes de superhéroes, y de aquéllos me voy a nutrir para ir mostrando aquí poco a poco los que conozca. Y así, como quien no quiere la cosa, da comienzo una nueva serie.
Gilbert Keith Chesterton (Kensington, Londres, 29 de mayo de 1874 - Beaconsfield, Buckinghamshire, 14 de junio de 1936).
«¿Cree de veras, reverendo, que usted mismo no lleva su correspondiente aro en la nariz? [...] ¿Se cree que un hombre como usted no lleva estampada su nacionalidad tan claramente como la nariz en mitad de la cara? ¿Se cree usted, acaso, que un hombre tan perdidamente inglés como usted no causaría risa en América? No se puede ser un buen inglés sin ser un buen hazmerreír, amigo mío... Cuanto más inglés se es, tanto mejor hazmerreír se es; los aros en la nariz hacen reír a quienes no los llevan; las naciones son divertidas o nos hacen gracia cuando no pertenecemos a ellas. Pero es mejor llevar en la nariz un aro que ser un fantoche cosmopolita que se corta la nariz para vengarse de su cara que delata de dónde viene».
Cuentos del Arco Largo (Tales of the Long Bow, 1925), de G. K. Chesterton. [La cita es según la traducción de José Luis Moreno-Ruiz, en las páginas 231-232 de la edición de Valdemar].
Interrumpimos la no-programación para ofrecerles un boletín especial:
«El modo de producción y distribución en masa, característico del sistema capitalista, tiene las horas cont...»
A no, quita, que éste era para otro día. Hoy toca otro asunto:
«Este domingo 15 de junio se hará la proyección del Palmarés de Proyecta08 en la tienda FNAC de San Agustín (Valencia). Por limitaciones de tiempo sólo se verán los primeros y segundos premios de cada categoría y el corto ganador del Maratón Avid. Estáis invitados. Os esperamos».
Pues eso. No sé la hora, pero tampoco podré ir. Quien pueda acercarse, tendrá una nueva oportunidad de asistir a una proyección pública de Vides pecuàries, el documental de Pau que quedó segundo (en ex-aequo) en su correspondiente sección del festival.
Se reanuda la no-programación.
PD: no sé qué coño ha pasado aquí que ahora se ven las palabras más separadas; no me gusta.
(al menos durante una semana) PD: Las viñetas son de la última página del Fantastic Four #3 (marzo 1962). Dibujadas por Jack Kirby y escritas por Stan Lee.
Vale, tal vez el post anterior no fuera un AGUADOR en toda regla, pero este sí lo es desde la primera frase (¿que no?).
Si Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal no funciona, no es por culpa de los extraterrestres. La crítica fácil consiste en afirmar que los extraterrestres no tienen ninguna relación con la cultura judeocristiana (ahora me entero), como si las piedras de Sankara de la segunda película fueran lo más del cristianismo. No, la cosa no va por ahí. Tampoco vale decir que Indiana sólo va detrás de objetos judeocristianos porque esta mitología ha sido muy importante en su educación. Por suerte, tenemos una aventura entera alrededor de las rocas sagradas indias de marras y toda una secuencia al principio de la primera parte en la que el prota saquea un ídolo peruano en forma de huevo de pascua.
Primero, los extraterrestres tenían que salir tarde o temprano (si es que no lo han hecho ya en alguna de las novelas, comic books o telefilmes, que no lo sé). Otra cosa es que los esperáramos, pero Indiana Jones es puro pulp y los extraterrestres son carne de pulp. Por otra parte, mucho se ha dicho sobre la posible influencia extraterrestre en las grandes civilizaciones de la antiguedad, como en Egipto o en las culturas mesoamericanas. No afirmo que sea verdad, pero ahí existía una relación entre arqueología y vida extraterrestre que debía ser explotada en la saga. Además, el tiempo ha pasado, Indiana se ha hecho mayor y ahora la acción se sitúa 20 años más tarde, a finales de los 50, diez años después de Roswell, en plena Guerra Fría, en el inicio de la carrera espacial y con una necesidad, por ambos bandos, de conseguir tecnología extraterrestre con la que vencer al enemigo. La presencia de los extraterrestres está de sobra justificada. Otra cosa es que el tratamiento sea el acertado.
Segundo, ni el Arca de la Alianza, ni las piedras de Sankara ni el Santo Grial tienen mayor conexión con el mundo real que una nave extraterrestre. Lo que sí une a los objetos de las primeras películas es el hecho de que Indiana crea en ellos y en su poder, independientemente de a qué religión pertenezcan. Indiana cree en el poder del Arca, en el poder de las piedras y en el poder del Santo Grial. Pero Indiana no cree en la existencia de extraterrestres ni aun teniéndolos delante, ni demuestra interés por ellos ni se esfuerza en sentir ningún tipo de conexión con el tema. Indiana no protagoniza la trama: la ve desde fuera.
Ahí está la clave: la trilogía original consiguió que creyéramos en el Arca, en Sankara y en el Grial porque Indiana creía en aquellos objetos. Si Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal no llega es porque Indiana Jones no cree en E.T.
El post entero es un AGUADOR de la última película de Indiana Jones. Si no la has visto todavía y tienes intención de hacerlo, no sigas leyendo (aunque a estas alturas seguro que te habrás enterado ya de todo por otras fuentes, y tampoco desvelo tanto).
La semana pasada fuimos a ver Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal. Si bien parece ser que fui el único a quien más o menos le gustó, no nos entusiasmó a ninguno, aunque todos coincidimos en que es entretenida. Por tanto, lo mejor de la película es la labor de los responsables técnicos de la misma: Steven Spielberg (direccción) y Michael Kahn (montaje). Janusz Kaminski también consigue arreglárselas en un terreno que no es el suyo: imitar la fotografía de las anteriores aventuras a cargo de Douglas Slocombe. Y el diseño de producción se le presupone.
Sin embargo, lo dicho: a pesar de convertir dos horas en apenas un rato, no consigue llegar del todo, y al menos yo tuve la sensación de que debería pasar algo más. Me pareció demasiado lineal, demasiado parecida a las distintas pantallas de un videojuego, y creo que alguna pista falsa no le habría sentado mal. Todo ocurre demasiado rápido y sin ser cuestionado.
Eché en falta unas cuantas escenas de diálogo entre secuencia de acción y secuencia de acción. Son esas escenas que en las películas anteriores servían, por ejemplo, para desarrollar la tensión sexual (eso que sólo existe en el cine y la TV) entre Indiana y cualquiera de las mujeres que tocara en aquel momento, o para describir un poco a los personajes. Es como si se hubieran centrado en realizar estupendas secuencias de acción una detrás de otra y hubieran dejado de lado la construcción de personajes. Por ejemplo: de acuerdo con que recuperen a Marion Ravenwood, pero podrían haber hecho que hiciera algo más que sonreír y conducir; de acuerdo con que Indi tenga un amigo que es espía doble, pero... por favor, Indi no es tonto y aquél se merecía cuatro hostias bien dadas y ser expulsado del relato bastante antes de cuando ocurre.
La película me ha llevado a reflexionar sobre esas escenas que faltan, por una parte, y sobre la acumulación de set pieces, por otra. Contrariamente a lo que yo creía, una set piece no es sólo una secuencia de acción que requiera de una preproducción minuciosa, sino toda aquella escena o secuencia que se sostiene por sí sola y que podría sobrevivir con independencia del resto del film; vamos, la escena que se recuerda. Un ejemplo antológico sería la siguiente secuencia de North by Northwest (entre nosotros: Con la muerte en los talones), de Hitchcock, que tuve la oportunidad de volver a ver hace un par de meses, en pantalla grande y en versión original (una maravilla; aquí y en pequeño se le parece pero no tiene nada que ver).
La construcción de esta secuencia es P-E-R-F-E-C-T-A, y no importa si la película contiene unas cuantas más del mismo palo (North by Northwest las tiene). El problema empieza cuando apenas se ofrece información entre set piece y set piece y se encadenan éstas una tras otra sin preocuparse por los efectos de una posible sobredosis. Cuando ocurre esto, es como si en realidad no tuvieran nada que contar y, conscientes de ello, no dejan que respire la película ni nosotros.
No me cabe la menor duda de que la edición en dvd (o Blu-ray, que hay que empezar a actualizarse) de Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal incluirá algunas de esas escenas que «faltan». Como alguna protagonizada por la villana Irina Spalko, que es menos villana precisamente porque le falta presencia, capacidad de amenaza y relación con el héroe. Seguro que se han rodado escenas con ella, pero debido a ese nuevo factor en la industria llamado «extras de dvd» se decidiría no incluirlas en el montaje para su exhibición en salas. Los contenidos extra de los dvd han propiciado un curioso escenario: el montaje para salas sacrifica parte de la comprensión de la historia de la película con vistas a un beneficio futuro procedente de la venta o el alquiler de los dvds con la narración «completa». Así, deben existir escenas que desde su concepción sean extras de dvd, lo que ocasiona un debilitamiento del esqueleto de la historia. Los planos, escenas y secuencias que hasta hace poco caían en la sala de montaje, caían porque sobraban. Siempre según el criterio de montador y director, por supuesto, pero el caso es que las escenas eliminadas desaparecían de verdad (podían incluso destruirse), mientras que ahora no todas las escenas descartadas sobran del todo y son recuperadas de la cesta.
Lo que ha ocurrido es algo ya antiguo: las condiciones de explotación y consumo del cine-espectáculo están modificando la misma narrativa de este tipo de películas. En sí no es malo: gracias a que han cambiado las cosas en el cine durante el último siglo ahora tenemos películas de hora y media, y no solamente cortos de uno o dos rollos. Lo que ocurre es que desde que existen los dvds, o nos escamotean parte de la historia en las salas, o nos cuelan escenas intrascendentes en los discos. A la larga será como una vuelta a los seriales, donde pasa de todo porque tiene que pasar de todo (no he visto nunca un serial antiguo, pero sí he leído un puñado de pulp y unos pocos comic books de los treinta, e imagino que debe ser como una combinación de ambos).
Y sí, que vale, que Indiana es hijo del pulp y del serial, pero el desequilibrio de este film no se daba en los anteriores, y lo que queda es una película entretenidísima pero sin alma (o sin alma pero entretenidísima). ¿Será esto causa de la era de zombies que nos ha tocado vivir?
Lo siguiente puede ser un AGUADOR o no, depende de hasta dónde hayas visto de Lost.
Cuando empecé a ver Lost, hace dos años, ésta fue la escena que me ganó para siempre:
Es la obertura de la segunda temporada, cuando Desmond Hume (Henry Ian Cusick) despierta en el Hatch (la estación The Swan) e inicia sus rituales de cada mañana. Es magnífico ver cómo la aparente normalidad, reforzada por la canción Make Your Own Kind of Music, se quiebra en el instante en el que Desmond se inyecta el vial y suena la explosión de la compuerta. A partir de ahí, el uniforme de Dharma, las botas, las armas y... los espejos.
Esta escena no es sólo un excelente inicio de temporada. Supuso la transformación definitiva de una serie sobre las aventuras de unos supervivientes a un accidente de avión en una extraña isla en otra serie distinta. Desmond nos introdujo en el reverso de la isla en una época en la que no sabíamos NADA de lo que iba a venir. Desde entonces los guionistas han imaginado un puñado de momentos impactantes referentes a la isla (como el último que vi anoche), pero para mí ninguno iguala aquella primera sorpresa que lo cambió todo.
El lenguaje es una máquina de propaganda. Caí (una vez más) en la cuenta cuando me fijé en que se siguen usando términos como afroamericanos, asiáticoamericanos, hispanos, italoamericanos, irlandeses americanos, latinos...
Todo para distinguir a la descendencia de cualquier grupo de gente originaria de cualquier lugar del mundo que en un momento de su vida decidió o se vio obligada a emigrar a los Estados Unidos. Los estadounidenses, muy suyos, se han cuidado mucho de no llamarse a ellos mismos euroamericanos, angloamericanos o germanoamericanos demasiado a menudo, para dejar claro que ellos (los wasp) son los únicos amos y señores del continente. Es sintomático que las denominaciones del párrafo anterior sigan utilizándose hoy en día para especificar que ninguna de esas personas es «americana de verdad».
La propaganda ha llegado a identificar a los «estadounidenses» con los «americanos» de una forma tan incuestionable hasta el punto de que los americanos más antiguos se han visto privados de su gentilicio y sólo se les reconoce si uno se refiere a ellos como «indios», «nativos» o «indígenas».
El lenguaje es un almacén de odio con un hambre infinita por etiquetar a las personas.
El suelo bajo nuestras ciudades es el excremento sobre el que se asienta Occidente. Para horadarlo, ventilarlo y facilitar la acción de las bacterias y el resurgimiento de la vida y la razón llegará un día la Gran Lombrith, oxigenadora de Subterránea. Mientras Occidente se expande, se debilita y desaparece, hasta el Día del Último Suspiro, entreteneos con las alucinaciones del primer profeta de su llegada, el Senador Lombrith.
Como lombriz, estoy destinado a ocupar el tiempo en mi agujero, leyendo novelas, tebeos, libros de cuentos, estudios sobre cine, algún ensayo que otro, viendo películas, tanto largometrajes como cortometrajes, de ficción o documentales, siguiendo series de TV (amando el formato) y, de vez en cuando, escribiendo algo, imaginando que yo también podría hacer algo para devorar los cerebros de la gente y convertir esta sociedad en otra todavía más apática.
Tras Valencia y Gandia, Benirredrà: gran infancia. Huyendo de un viejo agricultor por los huertos, hinchándonos a mandarinas, construyendo una cabaña tras otra, colándonos en obras, subiéndonos a árboles, escalando montañas, entrando en cuevas. Así se educa a un niño, pero no a un adulto, por lo que desconozco muchas normas de la vida en sociedad. Cuando no me siento parte de ella, prefiero vivir en suciedad, como lombriz y como niño. (6-III-2006).