Le habían sido negados.
Facciones, miradas, peinados, sonrisas.
¡Vetados! ¡Vetadas!
Brillos, reflejos, sombras y luces,
Difuminadas.
Las formas de las hojas en los árboles, sus grados de verde, marrón, rojo y amarillo; las piedrecitas en el camino, pelos en el suelo, radios de bicicleta, letreros luminosos, carteles, relojes, texturas. Todas estas maravillas son sólo posibles en Mundo Nítido.
¡Mundo Nítido! ¡Mundo Nítido! Siempre ha estado ahí, ahí mismo, tan cerca... y tan borroso estas últimas semanas.
Como tantas veces, sólo los extranjeros son capaces de apreciar cuán precioso es Mundo Nítido. La disposición de los adoquines en las calles, los escaparates de las tiendas, los carteles con los precios en el supermercado, las fachadas, los paneles luminosos de salidas de trenes y autobuses, el viento en los plataneros y en las nubes. Las líneas paralelas de una calle que confluyen en el horizonte, y el horizonte mismo, son fenómenos desconocidos en Mundo Borroso.
Durante los quince días de estancia de J. en Mundo Borroso, Wolfgang, un camarada del tercer piso de la Haus 20 de la Wohnheim del campus de Dieburg, quien, tras semanas de investigaciones por parte de J. había resultado ser el origen de la risa que de vez en cuando se escucha por los pasillos, una risa tipo Estoy-a-un-paso-de-conquistar-el-mundo de cualquier dictador megalómano en una ficción pulp, compartió con J. la información del paradero del Poderoso Fielmann, El De La Vista Aguda, quien a su vez proporciona a los mundoborrosianos como J. o el mismo Wolfgang los antifaces personalizados que les permiten moverse por entre la gente y la geografía de Mundo Nítido.
A J. le cae muy bien Wolfgang, tal vez porque ambos deben de estar casi igual de locos. Esta característica se repite entre varios camaradas del edificio, tanto que parece un requisito para habitar en él. De hecho, J. ya está cavilando la posibilidad del rodaje de “Los Albóndigas golpean de nuevo (otra vez)”, que incluiría entre sus líneas de acción los planes de Wolfgang y Klaus para derrocar al actual Hausmeister y convertirse ellos en califas en lugar del califa.
La cocina mejor equipada de la residencia, lugar de encuentro para los inquilinos del tercer piso, fue el escenario en el que se llevó a cabo el traspaso de información entre Wolfgang y J.
En Elisabethenstrasse, cerca de Luisenplatz, camuflada cual si se tratara de una óptica cualquiera, se hallaba la guarida secreta del Poderoso Fielmann, El De La Vista Aguda; uno de sus tantos escondites en realidad, que utiliza para eludir el acecho de los Señores de Mundo Borroso, que disponen de un ejército de espías siempre atento a sus desplazamientos.
No es común que Fielmann mismo atienda la petición de ayuda de un mundoborrosiano, y en este caso tampoco compareció ante J. Se presentó en cambio uno de sus ayudantes, a quien J. dio las indicaciones para el diseño de un nuevo antifaz, con el que aseguraba que sería capaz de leer, desde una distancia superior a los 50 m., cuántos minutos faltan para que llegue el autobús H.
-Tal hazaña jamás se ha intentado antes ¾pronunció en voz baja el ayudante de Fielmann, sorprendido por la osadía.
Pero J. confiaba en la tecnología que había desarrollado y puso en las manos del ayudante el prototipo de antifaz que había construido aquellos días a espaldas de los Señores de Mundo Borroso.
-Veremos lo que se puede hacer.
-No. Lo haréis; y luego veremos como nunca nadie antes ha visto.
Así fue como el ayudante, despidiéndose de J. y adentrándose en el local, transmitió el prodigioso prototipo a los Fundidores de Lentes, que habitan las profundidades de cada sede del Poderoso Fielmann, El De La Vista Aguda.
Los Fundidores de Lentes son criaturas mágicas para los mundoborrosianos. La combinación de su entrenada destreza y su natural resistencia a la temperatura de las calderas, los ha convertido durante generaciones en los únicos capaces de fabricar las lentes que usan los mundoborrosianos. Ellos fundieron la grasa que envuelve el estómago de las lentillas (mamíferos de tamaño mediano que habitan el laberinto de las calderas) para materializar el soñado nuevo antifaz de J.
Con él salió pocos días después a contemplar de nuevo Mundo Nítido, empezando por Ludwigsplatz, repleta de gente (¡de mujeres!) vestida de todos los colores; siguiendo por las calles comerciales que llevan a la Marktplatz, donde se alza el castillo, caminando hasta el viernes siguiente, hasta la representación de Falstaff. La belleza plástica del segundo acto (y último) sólo es posible en Mundo Nítido.
Todo parecía, como la Thermomix, el principio de un nuevo amanecer. De pie, con los brazos en jarras, las piernas entreabiertas y sacando pecho, con el Sol a sus espaldas, J. gritó:
-¡Os he vencido, Señores de Mundo Borroso! ¡He vuelto! ¡He sobrevivido a vuestras zancadillas y he salido reforzado! ¡Tengo un nuevo antifaz para ver venir vuestros golpes! ¡No podéis hacerme nada! ¡Nada!
J. no parecía darse cuenta de que incluso en Mundo Nítido nada es blanco o negro, y que siempre hay zonas de sombra que permiten a los Señores de Mundo Borroso y a su ejército de espías pasar de un mundo al otro. Estaba a punto de averiguarlo.
Y aquí finaliza una nueva entrega de las aventuras seriadas de “El pequeño J. en Mundo Nítido”, ofrecidas con iniquidad por un infame narrador que pronto será sometido a la justicia de Mundo Borroso.
PD: Sí, se me ha ido la olla. ¿Qué pasa?
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