Se me ordenó seguir al sujeto JCD, un idiota que se hace llamar Senador Lombrith desde uno de esos numerosos días en que le patinaron las neuronas con otra de sus “geniales” ocurrencias, y transcribo aquí el resultado de las últimas observaciones, a partir de imágenes obtenidas por la cámara emplazada en su habitación:
-Vamos a ver. ¿Qué está pasando aquí? Este blog está pero que muy parado. Prometiste ir corrigiendo y colgando las crónicas anteriores durante las navidades pero aquí no se mueve nada. Y mira a qué fechas estamos ya.
-Bueno... algo he estado colgando.
-Pero a un ritmo que sólo se puede definir como agonizante. ¿Te has quedado sin ideas, en el caso de que alguna vez las hayas tenido?
-He estado un tanto bloqueado últimamente. Pero no ha sido sólo eso. En navidades, por ejemplo, estuve bastante ocupado.
-Ah, ¿ahora salir de fiesta es “estar bastante ocupado”?
-No ha sido exactamente “salir de fiesta”. Prefiero llamarlo “reencuentros y bienvenidas”.
-Yap.
-Y además, además... ¡me salió lo de la peli!
-¿Qué peli?
-La de los Borja.
-Ah, eso.
-Toda la segunda semana en València se me fue con eso. Resulta que cuando llegaron los de la peli a Gandia hablaron con un chico que trabaja en el Palau Ducal y le preguntaron si conocía a alguien que pudiera hacerles de meritorio de producción. Ese puesto lo consiguió Pau, un amigo de clase. Yo estuve a poco de ser el otro meritorio que necesitaban, pero antes de que Pau les dijera nada encontraron a una chica de València que estudia ambientales en Gandia. Como se iba a rodar tanto en Gandia como en València necesitaban dos personas que se conocieran las ciudades para guiar al equipo, hacer de taxista, ir a sitios y comprar cosas (vamos, un mandao). A mí me hubiera tocado ser el meritorio de València, y aunque lo de la chica de ambientales no dejaba de parecerme intrusismo, me di cuenta de que en cierto sentido me libré de serlo, la verdad, porque no conozco la ciudad y no habría funcionado. En cambio, Pau nos consiguió, tanto a David, otro amigo de clase, como a mí, trabajo como machacas en el equipo de decoración. Él empezó el viernes 23, y empalmó de la fies... esto, de la “despedida de clase hasta después de Navidad” de la noche anterior.
Cuando empecé el lunes siguiente, David y otros dos chicos ya casi habían cubierto de tierra todo el patio de armas del Palau y habían alzado un montón de paja para cubrir un pozo que a los de decoración les parecía muy moderno. Ese día terminamos de distribuir la tierra, esparcimos paja y heno por encima y colocamos el atrezzo. Los de efectos especiales prepararon las antorchas de las paredes, tres braseros y una fogata en el centro. Por la tarde llegó el equipo de rodaje y cuando oscureció empezaron a filmar. Nosotros no nos quedamos mucho tiempo a ver el rodaje porque nos habían dicho que teníamos que estar a las 8:30h de la mañana siguiente en el Palau de la Generalitat de València, para preparar los escenarios de miércoles, jueves y viernes.
El martes encontramos el recibidor del Palau de València lleno de muebles, telas, alfombras y demás atrezzo y útiles del rodaje. Ese día aprendí las palabras jamuga y hachero.
La película ya se había rodado casi toda en Italia, con equipo italiano, y el español había, literalmente, “heredado el marrón”. La semana previa a Navidad era la última, de cinco, de trabajo en España. El equipo había contado sólo con una semana para organizar las cuatro de rodaje, primero en el castillo de Olite, en Navarra, y después en Gandia y en València. Además, las localizaciones naturales tanto en Gandia como en Valencia eran algo así como “imposiciones políticas”. Por imperativos de producción (como la película va sobre los Borja, es fácil que haya dinero valenciano de por medio), tenía que rodarse parte en València, y los de decoración no pudieron examinar las localizaciones hasta que no llegaron a ellas. No eran las óptimas, y las escenas previstas podrían haberse rodado mejor en cualquier otra parte, pero era lo que había y se hizo lo que se pudo.
No había, por tanto, un diseño de producción definido, y los de decoración llegaron a las localizaciones cargados de atrezzo que tenían que colocar lo mejor que supieran. Y ahí es donde entramos nosotros. No sé quién descargó todo el atrezzo en el Palau de València, pero a nosotros nos tocó devolver gran parte de él a los camiones, porque no se utilizó ni la mitad de la mitad de los muebles.
Veíamos discutir a los de decoración sobre cómo podían tapar una estatua de Benlliure que había en un rincón al lado de la puerta; una estatua que no se esperaban y que no querían en la película. Los de patrimonio habían ordenado que aquello no se podía mover, y al final la cubrieron con un tapiz colgado de una estructura de madera.
Vimos mucha improvisación, y una manera de decorar nada cinematográfica. No tenían ni idea de dónde plantaría la cámara el director, y eso les obligaba a ambientar las cuatro paredes, desperdiciando nuestras fuerzas y nuestro tiempo, que podíamos haber estado invirtiendo en el bar tomando un par de cafés o un tercer bocadillo, todo a cargo de producción.
Pues eso, el martes estuvimos en València. Y miércoles y jueves paleando y carretillando tierra para devolver al Palau su aspecto original. Si algo aprendimos de todo aquello fue que la preproducción y la postproducción existen para prever y resolver los errores que se cometen durante la producción. Parece una enseñanza muy tonta, pero es que el periodo de rodaje te priva de dos cosas: tiempo para pensar y capacidad para hacerlo. Esto no nos viene de nuevo, nosotros ya habíamos rodado a contrarreloj, pero ver en los profesionales errores nuestros te hace pensar. En Navarra se les olvidó, por ejemplo, rodar un contraplano que tuvieron que reconstruir en un monte cerca de Xeresa el martes. A saber lo que sale de ahí.
También nos quedó claro que jamás de los jamases dejaremos que un equipo de rodaje entre en nuestra casa. Y si tal vez esta conclusión llega un poco tarde para mí, además de que aunque no quiera le haré oídos sordos (si la gente del mundillo no deja rodar a la gente del mundillo en su casa; es más: si la propia gente del mundillo no rueda en sus propias casas, ¿dónde va a ir a parar el mundillo?), espero que llegue a tiempo para aquella población inconsciente que atribuye a “los del cine” la posesión de poderes ilimitados y acceso prioritario a lugares vetados a los mortales. Lo hemos visto: “los del cine” llegan con camiones de tierra y los vacían en el patio de armas de un palacio de 700 años para darle un aspecto de cuadra que jamás habrá tenido. Porque, ésa es otra (y grande): se vienen a rodar al Palau Ducal de los Borja una película sobre los Borja, pero resulta que la escena que ruedan en el Palau Ducal de los Borja ocurre en Nápoles. Que tiene cojones, ya me dirás. Una tierra, además, que no pudimos quitar del todo y que va a tardar años en irse, si se va alguna vez. Lo hemos vivido: dejan que peones primerizos, unos pringaos, que sólo llevan un par de días trabajando “en eso del cine” (y por tanto ya forman parte a los ojos del público como “gente del cine”), rayen el suelo del patio con la punta de las palas.
No es sólo que la gente considere a “los del cine” como de otra clase. “Los del cine”, sabedores de la fascinación que provocan, creen que unos ilusionados estudiantes de último curso de Comunicación Audiovisual estarán dispuestos a cualquier cosa con tal de “trabajar en el cine”. Y ahí estamos nosotros, Pau, David y yo, ilusionados estudiantes de último curso de Comunicación Audiovisual que ven a “los del cine” como semidioses, dispuestos a cualquier cosa con tal de “trabajar en el cine”. Por lo que tuvo todo de experiencia y aprendizaje, podríamos haber dicho: “No, no. Yo trabajo gratis. Sin ningún problema”. No lo dijimos. Pero ellos tampoco nos respondieron lo que tenían en mente: “Si vas a trabajar gratis igualmente, chaval”. Cierto. Un mes después, hemos reconstruido los hechos: los del equipo de producción de la película pidieron una lista de los pringaos de Gandia y alrededores, pero no les hizo falta, pues nada más vernos dijeron: “Éstos. Éstos son. A éstos se la clavamos”.
Primero nos dijeron que nos iban a pagar en mano. Que si por jornada. Que si el último día. Que si acabábamos el miércoles. Que si luego era hasta el viernes. La última noche, para joder, nos pidieron nuestros datos para enviarnos una transferencia. Que si llamar a casa para que nos dicten el número de la cuenta. Que si cobraríamos el lunes o el martes siguiente. Nada. Ese martes volvimos al hotel de la playa donde había estado alojado el equipo. Tras una hora alimentándome de sobres de azúcar hurtados de la barra de la cafetería que hay en recepción, un mensajero trajo un sobre con nuestros contratos.
-Un momento... ¿qué has dicho del azúcar?
-Pues que pillé a hurtadillas, como quien no quiere la cosa, un par de sobres de azúcar y me los chaqué a palo seco. Es que me he dado cuenta de que en algo sí he cambiado en Alemania. Me he hecho adicto al chocolate y he acostumbrado a mi organismo a unos niveles de azúcar que nunca había conocido. Y, claro, tengo que mantenerlos.
-Pero tú estás enfermo.
-Dime algo que no sepa. ¿Sigo?
-Por favor.
-Nos habían prometido 60 euros al día. Si había trabajado cinco días me correspondían por tanto 300 euros, y tal era la cifra que constaba en el contrato. Pero (siempre hay un pero) en los contratos de quien había trabajado un día más que yo no se sumaba un jornal más a esa cantidad, sino tres, pues contaban los días de fin de semana que no habían trabajado. Yo iba a cobrar lo convenido, sin las horas extras que hicimos, pero no podía evitar la sensación de que alguien me la estaba pegando (más todavía). Así, sin ganas, firmamos el contrato para acabar de una vez por todas con esa historia. Y todavía no hemos cobrado.
-Eso del rodaje sólo te llevó cinco días. Estuviste tres semanas enteras. ¿Qué más hiciste para “estar bastante ocupado”?
-No fue sólo estar ocupado, sino un poco de todo. Mi primera impresión al llegar se centró en los problemas de tráfico de València, que habían dificultado a mi padre dejar el coche en el aparcamiento. Y al entrar en Gandia me di cuenta de lo fea y sucia que era. Me gusta vivir allí porque mira, he crecido allí y el ser humano se acostumbra a todo, pero no motiva.
Al poco de llegar a casa mis padres me dijeron que uno de nuestros gatos, un macho gris precioso, había vuelto a casa herido el sábado anterior. Tenía la pata delantera izquierda muy inflamada e infectada, con heridas abiertas. Aún así, podía caminar y comía con apetito. Al día siguiente le vi mejor la herida y no tenía un aspecto nada agradable. No había visto nada parecido en gatos vivos.
Tenemos muchos animales, pero en casa somos demasiado dejados en estos casos, de lo que no estoy orgulloso, así que no hicimos nada de inmediato. El jueves mi padre y yo llevamos el gato al veterinario y al día siguiente le amputaron la pata porque de tan necrosada como estaba no había nada que salvar. Yo esperaba que mi madre decidiera sacrificarlo, pero le dio pena y accedió a la operación. Ahora es un gato histórico en casa: un gato de tres patas. Y aunque el verlo así pueda impresionar a algunos, se está recuperando muy bien. Conserva las patas traseras, y con alimento y reposo recuperará la potencia y la musculatura que tenía. Ya es capaz de nuevo de saltar muros. ¡Y qué cojones! Está vivo.
La naturaleza es una bicha de lo más lista. Nos da dos piernas por si perdemos una. Dos brazos para que sólo con uno podamos seguir llevándonos alimento a la boca y limpiarnos. Dos ojos, no sólo para que la mejor visión de uno de ellos compense las posibles carencias del otro, también para poder quedarnos tuertos. Dos oídos para quedarnos sordos de uno de ellos. Dos pulmones, dos riñones, dos trompas. Ya digo: muy previsora.
-Eso te viene muy bien, ¿no? Quiero decir: haber nacido con forma humana.
-No siempre. Está muy bien eso de experimentar con los límites del cuerpo físico: correr, caer, herirse, trepar árboles... pero al nacer también se me dotó de una personalidad y de unos sentimientos que son de lo más frustrantes. Si quieres después volvemos sobre el tema. Ahora no me apetece.
-De acuerdo. ¿Qué más pasó?
-Mira, en septiembre yo tenía un pijama bueno y un pijama malo. A Alemania me traje el bueno (que tampoco es nada del otro mundo; “bueno”, en mi jerga de pijamas, significa que es de mi talla y no tiene agujeros), y no volví a cargar con él de regreso porque contaba con que en casa me esperara el malo. No fue así. La primera noche no encontré el malo por ninguna parte (atribuyo el hecho al agente conocido como Mamá), así que pasé las navidades con los pantalones de un pijama viejo que me venían grandes y la parte de arriba de otro.
-¿Esto a qué viene?
-Quería contarlo, sin más. El martes casi no salí de casa. Tenía la cama cubierta de papeles, trastos por ordenar y la maleta todavía a medio deshacer. Además, me apetecía volver a escuchar música. Esa tarde me llamó Eva y quedamos para comer al día siguiente en la universidad. Vi entonces de nuevo a Pau R., a Carol, a Eva, a Joan, a Roman, a Marta, a Gemma, a Silvia, a Álex (y conocí a su novio Víctor), a Pau P., a Anna Mari (espero no dejarme a nadie). Me alegraba mucho verlos a todos, y casi no hablaba por quedarme contemplándolos.
Hablaban de asignaturas, de trabajos, de profesores que no tengo o no conozco. Por suerte, me estaba librando de padecer por segunda vez a Galactus, La Devoradora de Mundos (no me libraría, sin embargo, de verla, pues se ha mudado a Gandia y se pasó por el rodaje), la peor profesora de la carrera. La vida seguía. También sigue para mí, lejos de ellos.
Si algo soy es un desagradecido. Aunque muchas (demasiadas) veces no lo parezca, me gusta València y tengo en mente muchos proyectos que sólo tiene sentido hacer allí, pero no la echo de menos. Necesitaba alejarme de ella. Y aunque sí piense a menudo en los amigos y en los momentos vividos con ellos, a pesar de que me guste la carrera, no siento nostalgia de la universidad.
Esa noche de miércoles hicimos una cena de bocadillo en el nuevo piso de Joan (en el que ha vivido Raúl todos estos años), con amigo invisible incluido. Vi por fin a David, quien casualmente me regaló algo con lo que me enterrarán.
Una ronda tras otra, el alcohol se me subió a la cabeza. Bajamos a Varadero (que pisaba por primera vez), pero Pau y yo no estuvimos mucho rato porque él empezaba al día siguiente como meritorio y me había traído en coche. El jueves volví a salir.
-No paraste, ¿eh?
-No, pero tranquilo, que esa noche no la voy a contar para no alargarlo más (tal vez vuelva sobre ella en otra ocasión; todavía me resulta difícil expresar lo a gusto que me sentía). Sólo comunicar desde aquí que Gandi está conmigo, pero sigue tristón.
Esa noche me jodí la voz (ya sabes: la puta humedad de las 6 de la mañana en la playa), que ya no recuperaría del todo hasta el fin de semana de reyes. Muchos alemanes tienen la intención o el deseo de ir a València. Pobres. El clima de València es una mierda. Especialmente el de la Safor, que es un microclima tropical. Creen que vamos en bañador todo el año, cuando lo cierto es que debido a la puta humedad el frío es peor que el de Darmstadt al menos. Por la noche, paseando entre los huertos, la humedad te atraviesa y te congela. Tenemos incluso frío dentro de casa. Aquí no saben lo que es el viento ni la humedad, y no saben lo afortunados que son. Con 0ºC todo el día se pasa el mismo frío (vale, descontando la nariz) que en València con 12ºC. Horrible.
De verdad que València me puso enfermo. No sólo el clima. Nunca había odiado tanto la ciudad como cuando la visité el día de reyes. No sólo es una ciudad fea y sucia (tanto o más que Gandia), sino que además es valenciana. Cerca de la plaza del ayuntamiento oí unas campanas que daban la hora con el Himno de València (mucho más feo que el de España, además de hortera y fascista) y se me revolvieron las tripas con odio. El himno me parece de lo peor que se ha escrito y compuesto jamás ya desde la primera vez que lo oí y aprendí la letra, creo que en cuarto de EGB, pero no me había sentido nunca así. Me dicen que está todo en mi mente. Que he enfermado de pensarlo tanto, pero algo hay. La humedad y el viento son ciertos. Y los políticos que tenemos también. Y no quiero estar en el mismo país que ellos. Al menos durante un tiempo. Durante las vacaciones Pau me dijo que si no me quejo no soy yo. Pues yo voy a seguir quejándome, ea. Pero otro día, que si no se me agria el corazón y no puedo dormir.
-¿Ya te vas a dormir?
-Queda poco por contar. Cuando mi clase acabe los exámenes en febrero, Rubén y Pau iniciarán los ciclos del cineclub del segundo cuatrimestre. Nos reunimos los tres un par de veces para concretar las películas y repartir la tarea de los textos. Con todo el trabajo que lleva es bastante frustrante que aparezca tan poca gente. Está claro que nos encargamos del cineclub por amor al arte, y que nos tomamos tantas molestias porque queremos hacer las cosas lo mejor posible, pero no lo hacemos sólo para nosotros. El cineclub no tiene sentido sin público. Por mucho amor que le pongamos (y cada semana repartimos amor; que no novia, no vaya nadie a venir equivocado), desanima que venga poca gente o incluso nadie. Yo creo en el cineclub. El cineclub es un servicio público. Proyectamos películas en una pantalla grande (grande talqueasín, tampoco mucho) y en sala semioscura, para mayor goce de todos y apreciación de la obra. Y si la ves por segunda o tercera vez, ni te digo.
Para cumplir con el pequeño papel que tengo este año en el cineclub he cargado con las películas que me toca comentar y otras que son debilidades personales. Se me ha quedado la espina clavada de no traerme Meet in St.Louis ni The Searchers para poder volver a encandilarme con cómo ama con la cámara Vincente Minnelli a Judy Garland, o para reírme de nuevo con los celos que siente Vera Miles cuando lee la carta que le envía Jeffrey Hunter en la que le dice que se ha casado con una india. Tengo que decir que no podría haberme traído ni la mitad de películas si mi hermano no hubiera tenido la paciencia de copiarlas, porque yo no contaba con tiempo para ello.
-¿Pirateas películas?
-No, por favor. Lo mío son todo copias privadas. He cargado con demasiadas, creo ahora. También he vuelto a cometer el error de cargar con más libros de los que soy capaz de leer. Total, que ahora tengo tanto trasto que no sé cómo me las arreglaré en el caso de una eventual mudanza. Las siguientes semanas se presentan intensas por lo de las prácticas y porque no sé qué techo me cobijará en marzo.
-De eso no has dicho nada todavía.
-Ya lo explicaré.
-¿Es uno de esos “ya lo explicaré” tuyos?
-Mmmm..., sip.
-Pues vale.
-Aquí concluye la parte inteligible que he conseguido transcribir. Tras ella en la grabación se observa cómo el sujeto empieza a dar vueltas sobre sí mismo en alguna especie de danza ritual. Hasta que tropieza con el borde de la cama, se golpea la cabeza contra el lavabo y cae al suelo. A partir de ahí es la misma imagen durante horas, hasta que se oscurece la habitación.
-¿Me lo parece a mí o ha estado hablando solo todo el rato?
-Es peor de lo que temíamos. Hay que actuar ya. De lo contrario se nos puede ir de las manos.
-Sin duda no se puede conocer el origen de los males del universo y no ponerle remedio.