Anoche al final me acosté sin escribir una sola palabra. Suele pasar, demasiado a menudo (siempre, digamos), que pienso “Mira, esto podría contarlo en el blog. Y esto, también”. Es entonces cuando, al volver a casa y sentarme delante del portátil, me conecto y entro al blog y veo que no se ha actualizado solo. Nadie ha escrito el post por mí. Ni siquiera se ha actualizado por haber pensado en un tema y en unas cuantas frases para empezar el texto. No, hay que sentarse y escribir. Y siempre me da mucha pereza.
El viernes de la semana pasada, por ejemplo, madrugué para ir a Dieburg para, junto a Anahita y Claudia, enseñar al profesor el estado de la animación en la que habíamos estado trabajando el fin de semana anterior. Las semanas, de verdad, me pasan volando últimamente. Al profesor le gustó mucho la pieza, y a mí también, que no había tenido ocasión de ver el montaje en el que ellas habían estado trabajando los días anteriores. Con un par de retoques, estará listo para la exposición que se inaugura en noviembre en el Historisches Museum am Strom Hildegard von Bingen, en Bingen am Rhein, sobre los 650 años desde la fundación de la localidad. Lo de “am Strom” viene por que el edificio del museo es una antigua planta eléctrica.
Ese mismo día 9 la escuela celebraba el Media Day, al que por supuesto no me quedé, pues no me interesa ninguna de las actividades que pueda organizar la universidad. Y si son de autobombo, menos. Tampoco se quedó ninguna de mis compañeras, que se quejaron de que hubiera dinero para ese día y no para una ceremonia de clausura de estudios, que se ha aplazado cuatro o cinco meses. También es cierto que ellos por su cuenta sí pueden montarse una cena, que es lo que hizo el viernes por la noche mi clase de Gandia. Ellos ya casi han acabado la carrera y yo todavía tengo que volver para hacer el último curso. En cierta forma, es lógico que tarde más que el resto, aun siendo mayor que ellos, pues por alguna razón siempre llego tarde a todo. De hecho, todavía estoy caminando para llegar a ser un ser humano normal. Esto venía a cuento, señora R.A.F.I., porque servidor es lento por naturaleza, y si me ha calado sólo leyéndome es porque la lentitud impregna todos mis actos hasta límites que ni yo mismo sospechaba. Ya me lo dice mi madre (“He visto gente lenta, pero como tú, ninguna”), así que irá siendo hora de reaccionar aunque sólo sea para demostrar que no tiene razón y, como buen hijo, llevarle la contraria.
Tras despedirnos del profesor y entre nosotros, me fui a dar un paseo por el pueblo, para ver qué cara enseñaba en un día veraniego. Hice algunas fotos, con las que estrenaré mi cuenta el Flickr tan pronto venza a la pereza y aprenda a reducir el tamaño de los archivos de imágenes. El Photoshop y yo NO somos amigos.
Al volver a Darmstadt hice algo que había estado queriendo hacer desde finales de abril, cuando descubrí el Waldfriedhof al mismo tiempo que Quico y Pau, que habían venido a visitarme. Es exactamente lo que indica su nombre “el cementerio en el bosque” (o “el patio de paz en el bosque”). Se construyó durante la primera guerra mundial y se ha convertido principalmente en lugar de reposo de soldados de las dos guerras mundiales (también rusos y franceses) y de sus familiares. Allí también están enterradas las más de 10000 víctimas del bombardeo aliado sobre Darmstadt, que tuvo lugar la noche del 11 al 12 de septiembre de 1944. Pues lo que hice fue sentarme unas horas en un banco a la sombra y acabarme de un tirón el relato de Chesterton Los árboles del orgullo.
He visto pocos cementerios: el de Gandia, el de Benirredrà, el de Benimassot, el de Las Eras de Alcalá, el abandonado de Beniarjó (creo); no se pueden comparar con éste porque pertenecen a otra forma de entender los camposantos, que clasifica a los muertos en paredes de armarios archivadores, incluso con la escalerita para acceder a los documentos más elevados. También suelen ser de tierra seca o de suelo de cemento, y con cipreses como única vegetación. El Waldfriedhof es literalmente un bosque preñado de lápidas. En el suelo, porque la gente de aquí se encuentra ancha hasta en la tumba. Un gran lugar, diseñado más para que los vivos acudan buscando tranquilidad que para los muertos.
A la vuelta empecé a escribir un post, pero al poco me fui al Schwitz-fit y lo dejé colgado. Además de ser viernes, ese día se inauguraba el mundial con partido de Alemania, a la misma hora que el ejercicio, y se notó más todavía la falta de afluencia. A mí el fútbol digamos que me la suda. Ni me gusta ni me deja de gustar: me la suda. A los alemanes, que han empezado ganando, parece que les afecta más y ponen banderitas en los coches y en los autobuses, se pintan la bandera en la mejilla, se pasean con la bandera por capa. Digamos que se sienten identificados. En el Kaufhof de Mainz llegué a ver una dependienta con falda que llevaba la banderita pintada en la pierna, para lucirla mejor.
Por la noche me acabé de ver Die Hard. Ésa es otra. Algún día tendré que encarrilar este blog porque va a la buena de dios pero sin plan divino, digamos. Anoche estaba pensando en qué podía escribir en este post, pero de tanto pensar no escribí nada. Por la tarde ya quería escribir algo (“Vamos, Jordi, acabas estos ejercicios de alemán y te pones, que llevas días igual”) pero sólo me quedaba el último cuento del libro de Chesterton, que eran cuarenta paginillas y me estaba llamando para que lo rematara. Eso hice, con los pies apoyados en el alféizar de la ventana, con la hoja abierta hasta la pared, mirando de vez en cuando los paseíllos que se daban algunas en el 8A.
Se me ocurrió que tal vez podría, como vengo queriendo hacer desde hace meses, analizar alguna secuencia de alguna película y aprovechar la excusa para empezar a incluir imágenes en el blog. Entre Die Hard, la semana pasada (es mejor cada vez que la veo), y hace pocas noches Scarface y Shrek 2, tenía donde elegir, pero como antes de eso tengo que aprender a hacer capturas de pantalla con el VLC, pues me estuve viendo un rato más de Lawrence of Arabia, que la veo con el WinDVD y ahí sí sé hacer capturas. Me puse desde la toma de Áqaba, cuando empieza la tercera hora de película, pero el ordenador, por lo que fuera, se puso tonto, la imagen empezó a ir a trompicones y murió. Lo dejé enfriarse un rato pasando las páginas de la segunda década (del 35 al 44) de viñetas del New Yorker, de un cacho volumen recopilatorio que compré hace dos meses en el Flohmarkt de Frankfurt, y que se convertirá, si consigue llegar sano y salvo a casa, en la joya de la corona de mi colección junto al ejemplar firmado, dedicado y con un dibujito de un ratón del Maus de Art Spiegelman. Querría leerlo antes de enviarlo a España en un paquete con el resto de libros, y es que tengo que enviar paquetes sí o sí para deshacerme de sobrepeso y sobrebultos, e ir aligerando para el viaje de vuelta.
Pues eso, que el análisis textual para otro día. Antes de ponerme con Lawrence, estuve hojeando un librillo que me regaló un testigo de Jehová chileno que me paró ayer a mediodía cerca de Schloss, ¿Qué enseña realmente la Biblia?, que consideré comentar por los detalles interesantes que contiene. Me paró porque tengo rasgos latinos, y siempre anda a la búsqueda de gente que hable español, su target. Si realmente tengo rasgos latinos, ¿por qué no se me acercan también mujeres? Tal vez me las hayan reservado para la otra vida, pero el caso es que sólo me hablan hombres. Pues estuvimos hablando sobre el aquí y sobre el allá y sobre por qué no creo y por qué él sí. Cierto es que jamás en mi vida he tenido más fe que la que deposito en el servicio postal o en la mañana siguiente, problema de enfoque en el adoctrinamiento de mi colegio de monjas, que trataban la religión como una asignatura más en vez de como una materia relevante en la que estuviera en juego la salvación de mi alma. Envidio de alguna manera a aquellos que sí tienen Fe, a la que pueden recurrir en los momentos de crisis personales, pero las religiones son causa de muerte y guerras más que de otra cosa, y tengo el convencimiento de que un ser todopoderoso sólo puede ser malvado, categoría en la que no entra su Dios. Así que de gobernarnos alguien sería Satanás, pero ni en eso estamos de acuerdo, pues el librillo dice, en su página 85, que “en 1914 Jehová hizo Rey a Cristo y el Reino Celestial de Dios comenzó a gobernar”, por lo que ahora nos hallaríamos en el “corto espacio de tiempo que le queda a Satanás” antes de ser vencido en la guerra de Armagedón, tras la cual empezaría el Día del Juicio, un día de 1000 años. Ya digo, un librillo muy educativo e inspirador. Estuvimos charlando a gusto y debí caerle bien, porque era el único librillo que llevaba en su carpeta, entre ejemplares de Atalaya y ¡Despertad!
Pues me estuve entreteniendo con eso. También me hubiera gustado escribir algo sobre Mainz, ciudad que visité el sábado pasado y que me encantó, pero regresé destrozado tras siete horas pateándome el centro de la ciudad y el río. Fui solo porque era el único del grupo que todavía no había visto Mainz, y esto me sirvió para dar las vueltas que me diera la gana y pasar tantas veces como me apeteciera por el mismo sitio. Hizo un día magnífico, con demasiado calor, para mi gusto, pero soportable gracias a la cantidad de minifaldas por metro cuadrado que se avistaban. Menos el jueves, que intentamos ir a la piscina y nos llovió, llevamos dos semanas de sol. Lo mejor de Mainz: el Rhein, su orilla y la ciudadela. Cuando ya pensaba que había visto todo lo que según mi guía había que ver en Mainz, me topé con la ciudadela de la ciudad, de las pocas que hay en Alemania. Me apasionan las fortificaciones. De hecho, en los paseos que doy con mis perros por Benirredrà, pienso en cuánto costaría tapar las entradas del pueblo para protegerlo de un ataque por tierra. Mi casa quedaría fuera del recinto protegido, o haría de muralla en cualquier caso. En la ciudadela, para rematar la sorpresa, estaba teniendo lugar un concierto a cargo de una banda de niños, con sus jóvenes padres como público y como preludio a una barbacoa al aire libre, con perro incluido.
Y eso, que me entran ganas de escribir cuando no estoy delante del ordenador, que el blog no se actualiza solo, que los días pasan volando, que esta calor no anima, que por alguna razón no encuentro tiempo para escribir un post diario y, en definitiva, que me encanta perder el tiempo, como ahora, que estoy retrasando el momento de limpiar el baño, que ya me toca y que tampoco me pondré con ello después, pues hemos quedado para intentar un segundo asalto a la piscina. También, como siempre, que prefiero leer a escribir, aunque debería practicar esto último más si quiero vivir algún día de algo, porque la verdad es que no sé hacer nada más en esta vida.
Acabaré este revuelto acordándome de Rubén, Pau, Eduardo, Floren, Nuria y Joan (el Ménor), que se acordaron de mí la noche del viernes y me llamaron durante la cena de gala de fin de carrera que celebraron en Gandia. Un golpe bajo, porque así me entran ganas de volver donde ellos, con nota triste, pues aunque vuelva ya no compartiremos el último curso, que ellos acaban.